Serie 3 – Capítulo 1

La serie PostDemocracIA parte de una intuición incómoda: las instituciones siguen pareciéndose a una democracia, pero el ecosistema donde se forma la opinión pública ya no se rige por lógicas democráticas, sino por lógicas de plataformas, datos y algoritmos. Es la vieja escena de la república –parlamentos, elecciones, partidos– montada dentro de un nuevo teatro: el de los feeds infinitos, la economía de la atención y la manipulación cognitiva a gran escala.
Este primer capítulo busca trazar el camino que va de la democracia de masas del siglo XX a la PostDemocracIA del siglo XXI. No es un recorrido nostálgico, sino un diagnóstico: si no entendemos cómo se ha desplazado la plaza pública al espacio digital, no podremos defender ni la Libertad, ni la Democracia, ni la República frente a los poderes opacos que hoy intervienen sobre la conciencia ciudadana.
1.1. De la plaza pública al feed infinito
Durante gran parte del siglo XX, la política democrática se articuló en torno a tres grandes espacios:
- La plaza pública física – el lugar del mitin, la manifestación, el encuentro cara a cara.
- Los medios de comunicación de masas – prensa, radio, televisión, que ordenaban la agenda pública.
- Las organizaciones intermedias – partidos, sindicatos, asociaciones civiles, Iglesias, que canalizaban demandas y conflictos.
Había sesgos, manipulaciones, concentraciones de poder mediático, sin duda. Pero el ciudadano podía reconocer los actores, sus intereses y sus responsabilidades. Sabía quién era el partido, quién el sindicato, cuál el diario que apoyaba a tal o cual coalición. La disputa era fuerte, pero el mapa era relativamente legible.
La irrupción de Internet, y más tarde de las plataformas 2.0 y las redes sociales, prometió democratizar radicalmente ese ecosistema:
- Cualquiera podría hablar.
- Cualquiera podría organizarse.
- Cualquiera podría fiscalizar al poder.
En apariencia, habíamos pasado del “pueblo espectador” frente a la televisión al “pueblo emisor” conectado globalmente. Sin embargo, esa promesa se topó con una realidad que recién ahora empezamos a asumir: la plaza pública ya no nos pertenece. Está construida, medida y modulada por empresas que viven de capturar atención, extraer datos y vender predicción de comportamientos.
El feed infinito –esa secuencia inagotable de contenidos que se nos ofrece en redes y plataformas– se ha convertido en la nueva plaza. Pero no es un espacio neutro: es una infraestructura diseñada para retenernos, no para informarnos; para emocionarnos, no necesariamente para ilustrarnos.
Desde la perspectiva de LIBERTAS, este desplazamiento es crucial:
la libertad política no se juega solo en el momento del voto, sino en el largo proceso de formación del criterio. Si ese proceso se privatiza y se optimiza para el negocio de la atención, la democracia entra en terreno inestable.
1.2. La opinión pública como “activo” de las plataformas
En la democracia de masas, la opinión pública era un fenómeno que los actores políticos intentaban influir, medir, interpretar. Se encargaban de hacerlo los partidos, los medios, las empresas de encuestas. Pero, en última instancia, se trataba de un bien común intangible: se hablaba de “clima de opinión”, “estado de la sociedad”, “sensibilidad ciudadana”.
En la era de la PostDemocracIA, la opinión pública ha sido reconfigurada como un activo económico. Ya no se trata solo de saber qué piensan los ciudadanos, sino de:
- Modelar sus preferencias a partir de datos de comportamiento.
- Predecir su reacción ante mensajes específicos.
- Vender esa capacidad de influencia a campañas comerciales y políticas.
Cada clic, cada “me gusta”, cada segundo de visualización, cada desplazamiento del dedo por la pantalla, va construyendo retratos cada vez más precisos de nuestras emociones, miedos, adicciones, inseguridades. Lo que antes era una encuesta ocasional ahora es una radiografía continua.
Las grandes plataformas tecnológicas se han convertido en propietarias de la infraestructura de la conversación pública y, al mismo tiempo, en intermediarias privilegiadas de la persuasión política. No solo hospedan mensajes; ofrecen a partidos, gobiernos, grupos de interés y lobbies la posibilidad de dirigir esos mensajes de manera quirúrgica.
Desde la mirada de LIBERTAS, el problema no es solo económico, sino profundamente republicano:
- Cuando la conversación pública es tratada como un mercado de datos, la ciudadanía se reduce a un conjunto de segmentos.
- Cada grupo recibe una porción distinta de “realidad”, adaptada para maximizar engagement, no para garantizar verdad.
- La idea de un pueblo soberano que delibera sobre un mínimo común de hechos se diluye en una multiplicidad de micro-mundos informativos incompatibles.
La opinión pública deja de ser ese espacio en el que nos reconocemos como comunidad política para convertirse en un tablero de microtargeting.
1.3. Big Data, perfiles psicológicos y segmentación política
La clave técnica de este cambio se llama Big Data. El volumen y la variedad de datos que se recogen sobre nosotros permiten construir perfiles psicológicos y conductuales de una precisión desconocida en la historia de la política.
Donde antes un partido sabía, a grandes rasgos, qué opinaban los “trabajadores”, los “clases medias” o las “zonas rurales”, hoy puede saber:
- Quién está frustrado con su empleo y pasa noches buscando ofertas laborales.
- Quién consume contenidos de teorías conspirativas y desconfía de los medios tradicionales.
- Quién está endeudado y busca soluciones milagrosas.
- Quién, en plena madrugada, mira videos de líderes autoritarios “fuertes”.
Esos datos no se presentan como un expediente político, sino como rastros cotidianos: búsquedas en el navegador, tiempos de permanencia, apps instaladas, contactos frecuentes, geolocalización, patrones de consumo.
La consecuencia es que el discurso político puede dejar de ser una propuesta abierta al debate para transformarse en una oferta personalizada, casi clínica:
- A unos se les habla de seguridad y orden.
- A otros, de justicia social y bienestar.
- A otros, de soberanía nacional y orgullo identitario.
Cada segmento recibe su versión de la campaña, su relato, su enemigo. Y, lo más grave, muchas veces sin saber que su vecino está recibiendo un mensaje completamente distinto. La política abandona la plaza y entra en el consultorio individualizado de la psicología digital.
Desde la perspectiva de LIBERTAS, esto erosiona un principio básico de la República:
el de que las propuestas políticas deben ser visibles y discutibles por todos, de modo que el debate público pueda comparar, criticar, refutar. La segmentación extrema crea un entorno donde ya no hay discurso común que someter al juicio de la ciudadanía, sino una suma de campañas invisibles entre sí.
1.4. Del ciudadano al usuario: pérdida de densidad cívica
En este nuevo contexto, el nombre del sujeto político también cambia.
La tradición republicana hablaba de ciudadanos: personas con derechos, deberes y capacidad de juicio, participantes de una comunidad de iguales.
El ecosistema digital dominante habla de usuarios. El ciudadano tenía biografía, historia, memoria colectiva, pertenencia cívica. El usuario tiene:
- Un perfil,
- Un historial de navegación,
- Un conjunto de preferencias,
- Un nivel de engagement.
El ciudadano está invitado a deliberar. El usuario está entrenado para interactuar: reaccionar con emojis, compartir, comentar, consumir. El lenguaje de la participación cambia de registro: ya no se trata de argumentar, sino de interactuar. La interfaz premia la rapidez, la emotividad, la simplificación binaria (me gusta / no me gusta, a favor / en contra).
Esta mutación no es solo semántica; implica una pérdida de densidad cívica:
- El usuario se relaciona con la política como con cualquier otro producto: puede “seguir”, “dejar de seguir”, “silenciar” lo que le incomoda.
- El algoritmo refuerza esa lógica, ofreciendo más de lo que ya nos gustaba y evitando exponernos a lo que podría incomodarnos o desafiarnos.
- La democracia, que necesita fricción, desacuerdo, incomodidad argumentativa, queda reemplazada por burbujas de confort identitario.
Para LIBERTAS, aquí hay una alarma roja:
una República no puede sostenerse con usuarios-clientes que “eligen” paquetes ideológicos precocinados sin atravesar el esfuerzo de pensar, contrastar, dudar. La libertad de conciencia exige tiempo, exposición a la diferencia, disciplina intelectual. Nada de eso es rentable en la economía de la atención.
La PostDemocracIA corre el riesgo de convertir al ciudadano en materia prima de dashboards estadísticos, donde lo que cuenta no es su criterio, sino su comportamiento predecible.
1.5. Postdemocracia: elecciones intactas, deliberación erosionada
Llegamos así al núcleo del diagnóstico: no vivimos –todavía– en una dictadura digital clásica. Siguen existiendo elecciones, congresos, tribunales, medios plurales. Es posible votar, manifestarse, escribir, organizarse. Pero algo se ha desplazado de manera silenciosa: la calidad del proceso mediante el cual la sociedad forma su juicio político.
Podemos describir la PostDemocracIA como una etapa en la que:
- Las formas institucionales de la democracia se mantienen, pero el entorno informativo que las sostiene está profundamente mediatizado por plataformas privadas y algoritmos opacos.
- La deliberación pública se deteriora: se fragmenta en cámaras de eco, se intoxica con desinformación, se confunde con espectáculos de indignación.
- La manipulación algorítmica sustituye a la persuasión argumentativa: se apela al sesgo, al miedo, al resentimiento; se segmentan mensajes; se prueba en tiempo real qué narrativa moviliza más odio o más adhesión.
- La desigualdad de poder informacional se agranda: no es lo mismo un ciudadano aislado que un gobierno, un partido o una corporación que dispone de recursos de análisis masivo de datos y acceso privilegiado a la infraestructura digital.
- La libertad formal de expresión convive con una vulnerabilidad creciente de la conciencia: decir es libre; pensar sin ser dirigido, cada vez menos.
Desde la mirada de LIBERTAS, esta situación plantea un desafío crucial:
- Defender la Democracia no significa solo evitar golpes de Estado o autoritarismos explícitos.
- Significa también proteger la República como orden de publicidad, responsabilidad y control recíproco, donde ningún poder –ni político, ni económico, ni tecnológico– pueda manipular la mente de los ciudadanos sin rendir cuentas.
- Significa, sobre todo, asegurar que la Libertad de conciencia no sea devastada por una conjunción de incentivos tecnológicos orientados a explotar nuestras vulnerabilidades cognitivas.
La PostDemocracIA no es un destino inevitable, pero sí un riesgo real. Si lo ignoramos, podemos despertar en un mundo donde las elecciones se celebran puntualmente, los discursos hablan de libertad y pueblo, pero las decisiones de fondo se toman en otra parte: en servidores lejanos donde se diseñan algoritmos, se procesan datos y se planifican campañas que convierten la voluntad popular en un recurso administrable.
Coda del capítulo 1: volver a mirar el escenario
Este primer capítulo propone una tarea pedagógica y política: volver a mirar el escenario donde se desarrolla nuestra vida democrática.
No basta con indignarse por las “fake news” o culpar a “las redes” de todo. Se trata de:
- Comprender cómo se ha reconfigurado la plaza pública.
- Reconocer que la opinión pública se ha transformado en activo económico y campo de batalla cognitiva.
- Ver con claridad cómo el ciudadano corre el riesgo de reducirse a usuario segmentado y manipulable.
A partir de aquí, la serie PostDemocracIA seguirá explorando, capítulo a capítulo, las distintas capas de este nuevo régimen de poder:
- La desinformación y las guerras cognitivas,
- La propaganda algorítmica,
- Los populismos digitales,
- La economía de la atención,
- La alfabetización mediática y la ética digital ciudadana.
El propósito de LIBERTAS es nítido: recuperar la capacidad crítica del ciudadano, reconstruir una cultura de libertad responsable y afirmar, frente a cualquier forma de control digital, que ningún algoritmo está por encima de la dignidad humana ni del derecho de los pueblos a deliberar sobre su propio destino.
