Introducción
La inteligencia artificial (IA) y la automatización representan uno de los cambios más profundos en la historia económica desde la Revolución Industrial. Su despliegue masivo reconfigura la producción, el comercio, las finanzas, el trabajo y, en última instancia, el contrato social que sostiene a las democracias modernas. La pregunta que atraviesa este capítulo es clara: ¿será la IA un motor de prosperidad compartida o una fuerza que amplifique desigualdades y concentre riqueza en manos de unos pocos?
Los organismos internacionales coinciden en la magnitud del desafío. La Organización Internacional del Trabajo (OIT, 2020) advierte que la automatización podría desplazar millones de empleos rutinarios, sobre todo en manufactura, logística y servicios básicos. McKinsey (2017) estima que hasta un 30 % de las tareas actuales podrían ser automatizadas hacia 2030, afectando tanto a economías avanzadas como en desarrollo. La OCDE (2019) agrega que no solo cambiarán los sectores tradicionales, sino también profesiones altamente calificadas, pues la IA ya muestra capacidad de desempeñar tareas cognitivas complejas.
Sin embargo, la narrativa no es únicamente de pérdida. La IA también abre espacios de creación de empleo y riqueza: nuevas industrias basadas en datos, energías verdes, salud personalizada, educación digital, robótica colaborativa y economías creativas. La paradoja es que estos sectores demandan competencias avanzadas, lo que genera un sesgo inicial a favor de trabajadores con mayor formación, dejando rezagados a quienes no logran reconvertirse.
Este desequilibrio inicial amenaza con profundizar las desigualdades globales y locales. En el plano internacional, la brecha se da entre países productores de tecnología —con capital, infraestructura y ecosistemas de innovación— y países dependientes que se convierten en meros consumidores. En el plano interno, se acentúa la distancia entre trabajadores de alta calificación y aquellos en ocupaciones rutinarias. A ello se suma la brecha de género y edad: mujeres y adultos mayores enfrentan más barreras para acceder a empleos de la economía digital (ONU Mujeres, 2022).
Así, la IA se convierte en un campo de batalla distributivo. Quien controle los algoritmos y los datos dominará no solo los mercados, sino también la capacidad de fijar reglas sociales. El desafío político y republicano consiste en garantizar que la transición digital no derive en un “neofeudalismo tecnológico”, donde unos pocos concentran riqueza y los demás quedan relegados a trabajos precarios o al desempleo estructural. La respuesta requiere políticas públicas activas, sistemas de protección social adaptados y una ciudadanía capaz de comprender y exigir una distribución justa de los beneficios de la innovación.
Automatización y el futuro del empleo
La automatización basada en inteligencia artificial está transformando de manera desigual la estructura laboral global. No se trata simplemente de reemplazar tareas manuales por máquinas, como en revoluciones industriales anteriores, sino de una automatización cognitiva que afecta tanto a empleos rutinarios como a profesiones que antes parecían seguras frente a la mecanización.
Sectores más afectados por la automatización
- Manufactura y logística
- Robots industriales y sistemas de IA han reducido la demanda de trabajadores en líneas de ensamblaje, control de calidad y transporte.
- Ejemplo: las fábricas automotrices en Alemania y Japón cuentan con cadenas de producción altamente robotizadas, desplazando empleo de baja calificación.
- Transporte y movilidad
- El desarrollo de vehículos autónomos amenaza con transformar sectores como el transporte de carga y los taxis.
- Ejemplo: en EE. UU., empresas como Waymo y Tesla prueban flotas de camiones autónomos, lo que podría impactar a millones de conductores profesionales.
- Servicios financieros y administrativos
- Algoritmos de análisis de datos reemplazan tareas de procesamiento contable, auditoría básica y asesoría bancaria de primera línea.
- Ejemplo: en países nórdicos, los “chatbots bancarios” realizan operaciones que antes demandaban personal humano.
- Servicios rutinarios de oficina y call centers
- La IA conversacional reduce la necesidad de operadores humanos en atención al cliente.
- Ejemplo: India y Filipinas, tradicionalmente líderes en outsourcing de call centers, ya enfrentan la amenaza de pérdida de competitividad.
Profesiones en transformación y no solo en riesgo
La automatización no destruye todos los empleos: también los transforma.
- Medicina: la IA diagnostica imágenes médicas con alta precisión, pero médicos y enfermeros siguen siendo indispensables para el juicio clínico y el trato humano.
- Educación: sistemas de tutoría inteligente apoyan el aprendizaje, pero requieren docentes formados en pedagogía digital.
- Agricultura: drones y sensores permiten optimizar cultivos, pero exigen nuevas habilidades de gestión tecnológica.
La clave no es tanto el reemplazo total, sino la hibridación entre humanos y algoritmos.
Estimaciones globales
- La OCDE (2019) calcula que un 14 % de los empleos actuales tiene alto riesgo de automatización, y otro 32 % sufrirá transformaciones significativas.
- El Foro Económico Mundial (2020) proyecta que la automatización podría desplazar 85 millones de empleos para 2025, pero también crear 97 millones de nuevos roles relacionados con datos, economía verde y cuidado humano.
- McKinsey (2017) advierte que los países en desarrollo corren un riesgo mayor porque su estructura laboral depende de sectores más rutinarios.
Implicaciones políticas y sociales
- Desigualdad geográfica: países del Sur Global pueden enfrentar desempleo masivo sin contar con políticas de reconversión sólidas.
- Polarización del empleo: se reducen trabajos de nivel medio, mientras crecen los de alta calificación y los precarios de baja remuneración.
- Presión sobre el contrato social: los sistemas de seguridad social tradicionales, basados en empleo estable, se ven desbordados.
El reto político es doble: proteger a quienes pierden trabajos rutinarios y, al mismo tiempo, formar a ciudadanos para ocupar nuevos roles emergentes.
Plataformas digitales y precarización laboral
La expansión de la gig economy —trabajo bajo demanda coordinado por algoritmos— ha sido uno de los fenómenos más visibles de la economía digital. Plataformas como Uber, Rappi, Cabify, Glovo o Amazon Mechanical Turk representan la promesa de flexibilidad y acceso inmediato a servicios, pero al mismo tiempo reconfiguran las condiciones de trabajo en dirección a la precarización estructural.
El algoritmo como empleador invisible
A diferencia de las empresas tradicionales, las plataformas no gestionan a los trabajadores mediante supervisores humanos, sino mediante algoritmos de asignación que determinan:
- quién recibe qué tarea,
- qué precio se paga,
- cómo se califica el desempeño,
- quién puede ser desconectado (expulsado) del sistema.
Esta lógica convierte a los algoritmos en jefes invisibles que ejercen control sin mediación humana directa (Rosenblat & Stark, 2016). El trabajador pierde autonomía y capacidad de negociación, pues depende de puntuaciones y métricas opacas.
Riesgos para los derechos laborales
- Falsa autonomía: los trabajadores son presentados como “socios” o “emprendedores independientes”, pero en la práctica dependen totalmente de la plataforma.
- Ausencia de protección social: no acceden a seguridad social, vacaciones pagas o seguro de salud en la mayoría de los países.
- Desigualdad de ingresos: algoritmos dinámicos fijan tarifas variables, lo que genera incertidumbre y volatilidad económica.
- Fragmentación sindical: la dispersión y aislamiento dificultan la organización colectiva.
Estudios de caso internacionales
- Estados Unidos: las demandas de conductores de Uber y Lyft han llevado a algunos estados (California con la Proposición 22, 2020) a debates sobre la clasificación de los trabajadores como empleados o contratistas independientes.
- Reino Unido: la Corte Suprema falló en 2021 que los conductores de Uber son “workers” y tienen derecho a salario mínimo y vacaciones pagas.
- América Latina: en Brasil y Argentina, la falta de regulación clara genera un “vacío jurídico” donde las plataformas operan sin obligaciones laborales plenas.
IV. Algoritmos y discriminación
La asignación de tareas y tarifas por algoritmos puede reproducir sesgos estructurales. Investigaciones muestran que trabajadores de ciertos barrios o grupos sociales reciben menos pedidos o peor puntuación (Eubanks, 2018). Así, los algoritmos no solo precarizan, sino que también reproducen desigualdades preexistentes.
Hacia un marco de regulación y justicia laboral digital
Los desafíos de la gig economy exigen respuestas normativas y sociales:
- Reconocimiento legal de los trabajadores de plataformas como empleados o una nueva categoría híbrida con derechos básicos.
- Transparencia algorítmica en criterios de asignación, puntuación y desconexión.
- Contribuciones sociales obligatorias de las plataformas a sistemas de seguridad social.
- Espacios de organización colectiva digital, sindicatos adaptados a la lógica transnacional de las plataformas.
La cuestión republicana es clara: la innovación no puede justificar la erosión de derechos conquistados durante siglos. El trabajo humano, base de la ciudadanía plena, debe seguir protegido en la era de la inteligencia artificial+++++cas, donde analizaremos las brechas globales, sociales, de género y generacionales que genera la IA?
Bloque 4: Nuevas desigualdades tecnológicas
La inteligencia artificial no solo impacta en el empleo y la productividad: también reproduce y amplifica desigualdades preexistentes, generando nuevas brechas sociales, territoriales y culturales. Estas desigualdades emergen tanto entre países como dentro de las sociedades, afectando de manera desproporcionada a los grupos históricamente más vulnerables.
I. Brecha global: países productores vs. países dependientes
El desarrollo de la IA se concentra en pocos polos de innovación (Estados Unidos, Unión Europea, China, Corea del Sur e Israel). Estos países poseen capital humano especializado, grandes empresas tecnológicas, infraestructura de datos y marcos regulatorios avanzados.
En contraste, gran parte de África, Asia del Sur y América Latina se convierten en consumidores pasivos de tecnología, dependiendo de plataformas y soluciones extranjeras.
- Esto reproduce una dependencia tecnológica comparable a la dependencia energética o industrial del pasado.
- Los países periféricos corren el riesgo de transformarse en meros proveedores de datos y mano de obra precaria para entrenar algoritmos (Gray & Suri, 2019).
II. Brecha laboral: polarización del empleo
La IA favorece a quienes poseen competencias digitales avanzadas (ingenieros de datos, especialistas en ciberseguridad, diseñadores de sistemas). Estos trabajadores se insertan en sectores de alta remuneración y demanda global.
Mientras tanto, los empleos rutinarios, administrativos y de baja calificación sufren riesgo de desaparición o precarización. El resultado es una polarización laboral: más empleos de alta calificación y de baja calificación, pero menos trabajos intermedios que garantizaban movilidad social (Autor, 2015).
III. Brecha de género
Las mujeres enfrentan una doble desigualdad:
- Mayor concentración en sectores rutinarios más expuestos a la automatización (servicios administrativos, comercio, cuidado no remunerado).
- Menor representación en carreras STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), que concentran las oportunidades emergentes en la IA.
En América Latina, solo el 30 % de quienes trabajan en tecnología son mujeres (CEPAL, 2020), lo que anticipa un riesgo de feminización de la precariedad digital.
IV. Brecha generacional
Los adultos mayores tienen más dificultades para reconvertirse a entornos digitales, lo que aumenta el riesgo de exclusión laboral y social.
En cambio, los jóvenes poseen más facilidad de adaptación, pero enfrentan un mercado laboral inestable y segmentado. La paradoja: juventud con competencias digitales, pero atrapada en trabajos precarios de plataformas o freelancing global.
V. Brecha territorial y cultural
Incluso dentro de un mismo país, la IA puede ampliar las diferencias entre áreas urbanas y rurales:
- Las ciudades concentran conectividad, centros de innovación y capacitación.
- Las zonas rurales enfrentan falta de infraestructura y menor acceso a programas de reconversión laboral.
Esto genera una doble exclusión: menos oportunidades económicas y menor representación en los debates sobre regulación tecnológica.
VI. Síntesis republicana
Estas desigualdades no son inevitables: son el resultado de cómo se diseña e implementa la tecnología. Una República digital debe garantizar que la IA no sea un acelerador de brechas, sino una herramienta para reducirlas, mediante políticas de acceso universal, inclusión de género y programas de reconversión laboral equitativa. La libertad y la democracia se debilitan cuando la tecnología excluye: la justicia social digital es condición para la autodeterminación ciudadana.
Brecha política y democrática
La IA también introduce una nueva fractura política: entre ciudadanos que entienden, controlan y se benefician de la tecnología, y aquellos que permanecen al margen de su lógica. Este “analfabetismo digital” se traduce en vulnerabilidad frente a la desinformación, la manipulación algorítmica y la exclusión de los debates públicos. Las democracias enfrentan así un desafío doble: evitar que la desigualdad tecnológica erosione la igualdad política y garantizar que todos los ciudadanos tengan voz en la construcción del futuro digital.
Conclusiones y proyección republicana
La economía de la inteligencia artificial genera oportunidades inéditas pero también desigualdades estructurales. Este capítulo ha mostrado cinco grandes dimensiones:
- Transformación del empleo: millones de tareas rutinarias están en riesgo, pero surgen nuevas ocupaciones ligadas a datos, cuidado humano y sostenibilidad.
- Precarización laboral en plataformas: el algoritmo como empleador invisible amenaza derechos conquistados y debilita la negociación colectiva.
- Nuevas desigualdades tecnológicas: brechas globales, laborales, de género, edad, territoriales y ahora también democráticas.
- Impacto en el contrato social: si la tecnología concentra riqueza y poder en manos de pocos, las bases de la república y la democracia quedan en entredicho.
- Opciones políticas: con regulación, educación y protección social adaptada, la IA puede ser motor de prosperidad compartida.
La defensa de la democracia en la era de la IA pasa por convertir la innovación en un bien común. Ello exige:
- Estados capaces de regular y redistribuir.
- Empresas comprometidas con la transparencia algorítmica y la equidad laboral.
- Ciudadanías activas, formadas en pensamiento crítico y alfabetización digital.
En la visión de DemocracIA, la libertad y la república solo se sostienen si la inteligencia artificial es gobernada democráticamente. De lo contrario, la desigualdad digital amenaza con transformarse en una nueva forma de dominación.
La tecnología como nueva diferenciación social y su rol en la democracia contemporánea
Introducción
Vivimos en un tiempo donde la tecnología, lejos de ser un simple conjunto de herramientas, se ha convertido en un determinante estructural de las relaciones sociales, económicas y políticas. La revolución digital y el despliegue de la inteligencia artificial han dado lugar a nuevas formas de diferenciación que atraviesan clases sociales, géneros, generaciones y territorios. La democracia contemporánea se encuentra frente al desafío de gobernar estas transformaciones sin perder su esencia: garantizar la libertad, la igualdad y la participación efectiva de los ciudadanos. Este ensayo explora cómo la tecnología actúa hoy como eje de desigualdad y de poder, y cuáles son sus implicaciones para la democracia.
La tecnología como eje histórico de diferenciación social
Desde la invención de la escritura hasta la revolución industrial, cada salto tecnológico ha generado brechas sociales entre quienes acceden y quienes quedan excluidos. En el siglo XXI, la digitalización se convierte en un factor decisivo de inclusión o exclusión, no solo en el mercado laboral, sino también en el acceso a información, educación y participación cívica.
- En la Revolución Industrial, la diferencia fue entre quienes poseían capital y quienes aportaban trabajo manual.
- En la era digital, la línea divisoria pasa por el capital tecnológico y cognitivo: habilidades digitales, acceso a dispositivos, control de datos y dominio de algoritmos.
La brecha digital como nueva “clase social”
La llamada “brecha digital” ya no se limita a la conectividad: hoy incluye competencias para usar críticamente las tecnologías, capacidad de producir contenidos y posibilidad de proteger la propia privacidad. Quien carece de estas habilidades no solo queda rezagado económicamente, sino también políticamente silenciado.
- En América Latina, millones de personas acceden a internet solo mediante teléfonos móviles y con planes de datos limitados, lo que restringe su capacidad de deliberación y aprendizaje.
- En contraste, las élites globales tienen acceso a múltiples dispositivos, redes privadas y educación avanzada, consolidando una asimetría de poder digital.
Inteligencia artificial y polarización laboral
La IA acelera la polarización del mercado de trabajo:
- Ganadores: profesionales en ciencia de datos, ingeniería, salud digital, economía verde.
- Perdedores: trabajadores en empleos rutinarios de manufactura, transporte o servicios, desplazados por algoritmos y robots.
Esto genera una nueva segmentación: la clase algorítmica, compuesta por quienes diseñan, controlan o poseen la IA, frente a la clase automatizada, cuyos trabajos son absorbidos por ella. Sin políticas de reconversión y protección social, esta división amenaza con debilitar el contrato social.
Plataformas digitales y precariedad
La economía de plataformas ha creado un ejército global de trabajadores bajo demanda, coordinados por algoritmos que deciden tarifas, asignación de tareas y calificaciones. Aunque ofrecen flexibilidad, reproducen precariedad: ausencia de seguridad social, dependencia de puntuaciones opacas y dificultad para organizarse colectivamente. Este fenómeno genera una nueva proletarización digital, con trabajadores sometidos a la lógica de empresas transnacionales que operan fuera del marco regulatorio nacional.
Nuevas formas de desigualdad: género, edad y territorio
La tecnología también amplifica desigualdades históricas:
- Género: las mujeres están sobrerrepresentadas en empleos más vulnerables a la automatización y subrepresentadas en carreras STEM.
- Edad: los jóvenes dominan competencias digitales, pero enfrentan mercados laborales inestables; los adultos mayores tienen dificultades para reconvertirse.
- Territorio: las áreas rurales o periféricas carecen de infraestructura digital, generando un círculo de exclusión en educación, trabajo y participación cívica.
El impacto en la democracia contemporánea
La tecnología no solo diferencia socialmente: también transforma la práctica democrática.
- Posverdad y desinformación: los algoritmos priorizan contenidos virales antes que veraces, erosionando el debate público.
- Microsegmentación política: campañas personalizadas rompen el espacio de deliberación común.
- Vigilancia algorítmica: los Estados pueden usar IA para controlar ciudadanos, debilitando libertades.
- Participación digital: nuevas formas de acción colectiva en redes, que potencian movilizaciones pero también alimentan polarización y odio.
Democracia bajo estrés: el riesgo del autoritarismo digital
La combinación de crisis sociales (desigualdad, desempleo, desconfianza institucional) con tecnologías de control genera un terreno fértil para el autoritarismo digital. Gobiernos pueden justificar vigilancia masiva en nombre de la seguridad, mientras actores privados manipulan elecciones desde las sombras. En este escenario, la democracia corre el riesgo de convertirse en un ritual formal vacío, incapaz de garantizar autonomía ciudadana.
Hacia una República digital inclusiva
La respuesta debe ser republicana: someter la tecnología a la ley, al control democrático y a la participación ciudadana.
- Educación algorítmica como derecho humano: formar ciudadanos capaces de comprender y cuestionar sistemas digitales.
- Transparencia y auditoría de algoritmos que afecten derechos fundamentales.
- Reforma laboral digital: protección de trabajadores de plataformas y mecanismos de redistribución de riqueza tecnológica (impuestos digitales, renta básica, bonos de capacitación).
- Cooperación internacional: evitar la exportación de modelos de autoritarismo digital y generar alianzas democráticas en gobernanza tecnológica.
Conclusión
La tecnología es la nueva línea de diferenciación social en el siglo XXI. Determina acceso al empleo, a la educación, a la información y, por tanto, al poder político. La democracia contemporánea se encuentra bajo prueba de estrés: puede convertirse en un sistema donde las élites tecnológicas concentran riqueza y control, o puede reinventarse como República digital, capaz de garantizar libertad, igualdad y participación en un entorno algorítmico. El resultado dependerá de nuestra capacidad de articular políticas públicas, educación ciudadana y marcos institucionales que hagan de la IA un instrumento de emancipación, y no de dominación
Referencias (APA 7ª)
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