El reciente triunfo del Frente Amplio (FA) en las elecciones departamentales de Montevideo, con la elección de Mario Bergara como intendente, marca la consolidación de más de tres décadas de gobierno de izquierda en la capital uruguaya .
Factores del triunfo
- Continuidad y experiencia: Desde 1990, el FA ha gobernado Montevideo, comenzando con Tabaré Vázquez. Esta continuidad ha permitido implementar políticas de descentralización, inclusión social y participación ciudadana .
- Gestión y liderazgo: La elección de Mario Bergara, economista y exministro, representa una apuesta por un liderazgo técnico y progresista, alineado con las demandas urbanas de la capital.
- Descontento con la oposición: La Coalición Republicana no logró capitalizar el descontento con la gestión nacional, y sus propuestas no convencieron al electorado montevideano.
Implicancias políticas
- Fortalecimiento del FA a nivel nacional: El triunfo en Montevideo y en otros departamentos clave como Canelones refuerza la posición del FA de cara a futuras elecciones nacionales.
- Desafíos de gestión: A pesar del respaldo electoral, el FA enfrenta desafíos en áreas como seguridad, movilidad urbana y gestión de residuos, que requerirán soluciones innovadoras y efectivas.
- Relación con el gobierno nacional: La convivencia entre un gobierno nacional de diferente signo político y una intendencia frenteamplista exigirá coordinación y diálogo para avanzar en proyectos conjuntos.
Aunque la lógica instrumental podría indicar que la persistencia de problemas estructurales debería desgastar al oficialismo, la política no se mueve sólo por la eficiencia, sino por emociones, identidades, relatos y percepciones simbólicas.
El triunfo del Frente Amplio en Montevideo, pese a las deficiencias de servicios públicos, es comprensible a la luz de teorías que priorizan lo cultural, lo simbólico y lo identitario por sobre lo estrictamente racional.
¿Qué teorías podrían explicar ésta realidad?
1. Teoría del «voto identitario» o «voto leal»
Autores clave: Seymour Martin Lipset, Giovanni Sartori, Pierre Bourdieu.
Esta teoría sostiene que una parte importante del electorado vota en función de su identidad social, cultural o ideológica, más allá de los resultados concretos de gestión. En el caso del Frente Amplio en Montevideo:
- El FA representa para muchos sectores una identidad vinculada a la justicia social, los derechos humanos, la participación popular y el Estado como garante del bienestar.
- La lealtad al FA está profundamente arraigada en la clase media, los sectores progresistas, académicos y trabajadores organizados.
- Como diría Bourdieu, el capital simbólico de «ser de izquierda» se mantiene como un valor identitario fuerte, especialmente en contextos urbanos.
Esto explica por qué, aunque existan deficiencias en el transporte, la limpieza o la seguridad, la valoración global del proyecto político sigue siendo positiva para una parte importante de la población.
2. Teoría del «mal menor» y el «voto defensivo»
Autores clave: Anthony Downs, Joseph Schumpeter.
Esta teoría parte del comportamiento racional del votante que, al evaluar sus opciones, no necesariamente elige al «mejor», sino al «menos malo» o al que representa menor riesgo para su proyecto de vida.
- Muchos montevideanos pueden percibir que, aunque el FA tiene falencias, un triunfo de la oposición (Coalición Republicana o sectores conservadores) pondría en riesgo políticas públicas valoradas, como subsidios, derechos sociales, políticas de género, cultura y participación vecinal.
- La lógica es: «Prefiero un gobierno con errores, pero progresista, a uno que ponga en duda derechos adquiridos».
3. «Hegemonía cultural» y sentido común político
Autor clave: Antonio Gramsci.
Gramsci sostiene que las clases dominantes no gobiernan sólo con coerción, sino con hegemonía cultural, es decir, construyendo un sentido común que naturaliza su visión del mundo.
- El Frente Amplio ha logrado construir en Montevideo una hegemonía cultural urbana basada en la diversidad, los derechos humanos, el ambientalismo, la cultura crítica y la laicidad.
- Esta hegemonía convierte al FA en una «opción natural» para gran parte del electorado, independientemente de las coyunturas.
4. Teoría de la «estructura de oportunidades políticas»
Autores clave: Sidney Tarrow, Doug McAdam.
Sostiene que los movimientos y partidos políticos se consolidan cuando hay una estructura de oportunidades que los favorece: alianzas, redes sociales, instituciones amigas.
- El FA en Montevideo cuenta con una red histórica de comités de base, sindicatos, centros culturales, cooperativas y ONGs que fortalecen su presencia territorial.
- Esto le permite mantener una base militante sólida y una capacidad de movilización superior a la de sus adversarios.
5. Teoría del «voto de pertenencia territorial»
Muchos votantes eligen en función de su percepción del lugar donde viven como parte de su identidad. En Montevideo, el FA se percibe como «el partido de la ciudad», mientras que la oposición puede verse como externa o ajena a su realidad.
Análisis sociológico del triunfo del Frente Amplio en Montevideo
Desde una mirada sociológica profunda, el triunfo del Frente Amplio en Montevideo es mucho más que una victoria electoral: es la expresión de una construcción simbólica, territorial y afectiva sostenida por décadas. No se trata simplemente de “ganar elecciones”, sino de haber construido una forma de entender la ciudad y sus desafíos desde una lógica política que ha sabido adaptarse, resistir y resignificarse en el tiempo.
En la compleja relación entre política, cultura y clase, Montevideo demuestra que la democracia no es solo resultado de balances de gestión, sino de sentidos compartidos que forjan pertenencia y horizonte colectivo.
La ciudad como sujeto político colectivo
Montevideo no es solo una unidad administrativa; es un sujeto histórico con una identidad política forjada a través de décadas de participación, conflictividad social y movilización cultural. Desde los años ochenta, con la transición democrática, Montevideo se convirtió en el epicentro de la renovación progresista uruguaya. El Frente Amplio no solo ganó elecciones, sino que moldeó la subjetividad política de generaciones.
En términos de Pierre Bourdieu, podríamos decir que se ha cristalizado un habitus político frenteamplista entre amplios sectores de clase media, sectores populares organizados y comunidades académicas o artísticas.
Hegemonía cultural: la izquierda como sentido común urbano
Siguiendo a Antonio Gramsci, el Frente Amplio logró construir una hegemonía cultural en Montevideo, donde valores como la equidad, los derechos humanos, la inclusión social y el acceso a la cultura no solo fueron promovidos institucionalmente, sino que penetraron el sentido común urbano. Esta hegemonía cultural dificulta la entrada de discursos conservadores, que suelen percibirse como retrógrados o desconectados de la ciudad.
El FA no se presenta como “una opción” sino como “el marco natural” de lo que Montevideo es y debería seguir siendo.
Clase, capital simbólico y diferenciación política
Montevideo es una ciudad con fuertes clivajes de clase, y el FA ha sido históricamente el representante de los sectores trabajadores, sindicalizados y la clase media ilustrada. A diferencia de otras capitales latinoamericanas, el capital simbólico asociado a la izquierda sigue siendo percibido como moderno, ético y culto, más que como anacrónico.
En la lucha por el reconocimiento (Axel Honneth), el FA ha garantizado a vastos sectores urbanos el acceso a espacios de participación, representación cultural y políticas de identidad, elementos profundamente valorados.
Racionalidad afectiva y memoria política
Muchos votantes no deciden con base en balances fríos de gestión, sino en lo que la sociología denomina racionalidad afectiva. El Frente Amplio representa memoria, continuidad emocional, una narrativa épica de lucha contra la dictadura, resistencia cultural y defensa de lo público.
Este tipo de racionalidad no se contrapone a lo político, sino que lo fundamenta: votamos no solo por lo que creemos lógico, sino por aquello que da sentido a nuestro lugar en el mundo.
Territorio, redes y entramados comunitarios
El FA posee una estructura territorial profunda: comités de base, redes barriales, centros culturales, cooperativas de vivienda y vínculos sindicales. Esto genera una presencia de cercanía que otros partidos no logran replicar. No se trata solo de “partido político” sino de un ecosistema social.
El Frente Amplio en Montevideo no solo gobierna desde la Intendencia: habita los barrios, las ferias, los centros comunales y los discursos cotidianos.
Crisis de la oposición: falta de narrativa convincente
La oposición política, aunque puede ofrecer críticas válidas sobre servicios o gestión, no ha logrado articular una narrativa urbana alternativa que resuene emocionalmente con los sectores medios y populares. En términos de Erving Goffman, el “marco interpretativo” del FA sigue siendo el dominante: la oposición no ha podido cambiar el guion.
El “mal menor” no es resignación, es afirmación
El argumento de que el FA gana por inercia o por falta de opciones desconoce la capacidad de los votantes para evaluar la política como un todo. Votar al FA puede implicar reconocer falencias, pero también rechazar modelos tecnocráticos, excluyentes o centrados en el mercado, que la oposición muchas veces encarna.
Análisis político del triunfo del Frente Amplio en Montevideo
La hegemonía urbana como estrategia de poder
El Frente Amplio no solo ganó Montevideo: revalidó su modelo de hacer política en un contexto global de desafección ciudadana. Su hegemonía no se explica por la perfección de su gestión, sino por una estrategia política multiescala y multisectorial, basada en:
- Control simbólico del discurso urbano,
- Territorialidad sostenida,
- Renovación calculada del liderazgo,
- Fragmentación de los adversarios.
Montevideo sigue siendo el laboratorio político de la izquierda uruguaya, y su permanencia en el poder no es una anomalía, sino una construcción estratégica profundamente eficaz.
La capital como bastión estratégico de la izquierda uruguaya
El poder como construcción territorial: hegemonía urbana sostenida
El triunfo de Mario Bergara en las elecciones departamentales 2025 ratifica una hegemonía político-electoral sin precedentes en América Latina en una capital nacional: 35 años ininterrumpidos de gestión frenteamplista en Montevideo. Esta continuidad no se basa exclusivamente en resultados administrativos, sino en una estrategia política de largo plazo, sostenida por tres pilares fundamentales:
- Implantación territorial profunda, con estructura partidaria capilarizada en comités de base, sindicatos, organizaciones sociales y redes culturales.
- Control del discurso urbano progresista, que articula valores como la justicia social, la inclusión y el ambientalismo.
- Legitimación histórica, al mantener la narrativa de ser el partido que recuperó la democracia y modernizó la ciudad.
Esta hegemonía transforma al FA en el “partido natural de gobierno” de Montevideo, como en su momento lo fueron el PRI en México o el ANC en Sudáfrica, pero sin desmoronamiento hegemónico.
2. Debilidad estructural de la oposición: fragmentación y falta de narrativa urbana
Uno de los factores clave del nuevo triunfo del FA es la incapacidad de la oposición de construir una alternativa integral:
- La Coalición Republicana no logró consolidarse como un frente urbano con identidad propia. La suma de blancos, colorados y cabildantes genera más ruido interno que cohesión programática.
- Carece de liderazgos capitalinos con arraigo emocional o ideológico en Montevideo. Son vistos como “candidatos nacionales bajados a la capital” y no como interlocutores reales de la ciudadanía urbana.
- Aún no ha elaborado una propuesta urbana de derecha moderna, liberal-progresista, que pueda disputar simbólicamente al Frente Amplio en temas como movilidad, vivienda, seguridad o tecnología ciudadana.
La oposición, hoy, juega a la defensiva. Denuncia fallas pero no encarna una visión alternativa de ciudad.
3. La paradoja de la crítica sin erosión electoral
La gran pregunta: ¿cómo explicar que un partido con múltiples críticas a su gestión —basura, inseguridad, transporte— siga ganando cómodamente?
Desde el análisis político, esto se entiende como una asimetría entre la crítica funcional y la crítica estructural:
- Las críticas actuales al FA son técnico-gestionales: lentitud en obras, problemas en la limpieza, transporte desfasado.
- Sin embargo, no hay un cuestionamiento estructural fuerte a su modelo de ciudad. La mayoría de los montevideanos no visualiza un proyecto mejor en sus adversarios.
- Además, el FA ha blindado su base electoral con una combinación de políticas de cercanía, subsidios dirigidos, participación ciudadana y militancia territorial.
En suma: puede haber malestar ciudadano, pero no existe una alternativa creíble que lo capitalice políticamente.
4. Mario Bergara: giro tecnopolítico, no ideológico
La elección de Mario Bergara representa una sofisticación del discurso frenteamplista, no un corrimiento ideológico. Su perfil económico y técnico aporta:
- Credibilidad macroeconómica en un momento donde el debate nacional gira en torno al crecimiento, la inflación y el endeudamiento.
- Un puente hacia la clase media profesional urbana, que valora la competencia técnica tanto como la sensibilidad social.
- Una señal de renovación generacional sin romper con los valores fundacionales del FA.
Bergara es una apuesta calculada por una “izquierda moderna”, sin renunciar a sus raíces.
5. Consecuencias nacionales: capital política para 2024-2029
El resultado en Montevideo, sumado al posible control de otros departamentos, reconfigura el tablero político nacional:
- El FA acumula poder subnacional que le permite condicionar políticas nacionales, liderar desde el territorio y preparar el camino para 2029.
- Se fortalece internamente el ala socialdemócrata técnica, con proyección presidencial.
El FA ya no es oposición nacional, sino “gobierno desde los territorios”.
Análisis cultural del triunfo del Frente Amplio en Montevideo
La izquierda como cultura urbana: estética, memoria y comunidad
Culturalmente, el FA no es solo gobierno: es resistencia simbólica frente a modelos sociales que no dialogan con la idiosincrasia urbana montevideana.
Desde lo cultural, el triunfo del Frente Amplio en Montevideo no es simplemente un hecho político, sino una reafirmación de identidad colectiva. El FA no solo representa ideas o gestiona servicios: encarna una forma de vivir, de entender la ciudad, de celebrar lo común.
A través de símbolos, relatos, estéticas y prácticas comunitarias, el Frente Amplio se ha fundido con la cultura urbana de Montevideo, volviéndose inseparable de su espíritu. Por eso, más allá de los errores o déficits, sigue siendo el partido que expresa mejor lo que Montevideo cree ser.
Montevideo como ciudad culturalmente frentista
Desde lo cultural, el voto al Frente Amplio no se explica solamente como adhesión política, sino como forma de habitar y sentir la ciudad. Montevideo ha sido, por décadas, el espacio simbólico donde se encarnan valores, prácticas y estéticas asociadas a la izquierda: solidaridad, crítica social, participación, derechos humanos, arte callejero, carnaval político, teatro independiente.
El Frente Amplio no solo gobierna Montevideo, lo representa simbólicamente: su estética, su tono, su modo de decir, son percibidos como parte del ADN cultural de la ciudad.
La política como relato cultural
El FA ha desarrollado en Montevideo un relato cultural de continuidad: desde Tabaré Vázquez hasta Mario Bergara, no solo ha gobernado, ha narrado la ciudad. En sus discursos, campañas, afiches y eslóganes ha articulado una épica cívica que conecta con el sentido común cultural urbano:
- “Montevideo de todos”
- “Gobierno de cercanía”
- “El barrio como comunidad”
Estas narrativas han penetrado la cultura popular, reforzando una identidad cultural compartida que se activa en cada elección.
En palabras de Clifford Geertz, el FA se convierte en un sistema de símbolos significantes que da sentido a la vida urbana.
3. Hegemonía cultural y arte comprometido
La hegemonía cultural del FA se manifiesta en los espacios donde se produce y circula el arte y la crítica social:
- El carnaval montevideano (especialmente las murgas) funciona como termómetro político y cultural, con fuerte impronta progresista.
- La escena teatral, literaria y musical de Montevideo —a menudo subvencionada o institucionalmente acompañada por gobiernos frenteamplistas— tiene un tono contestatario, comprometido, empático con lo popular.
- Centros culturales barriales, casas de la cultura, ferias del libro, cooperativas artísticas: todo este entramado ha sido parte del ecosistema cultural tejido por el FA.
No es casual que gran parte de los referentes culturales montevideanos se identifiquen o simpaticen con el Frente Amplio, aún cuando lo critiquen.
4. Estética urbana y subjetividad política
El FA ha cultivado una estética urbana propia: afiches, intervenciones murales, ferias barriales, bicisendas, huertas comunitarias, cooperativas de vivienda. Todo ello genera un entorno visual y emocional que afianza una identidad urbana progresista.
- Frente a una estética neoliberal más limpia, corporativa, mercantilizada, la estética frenteamplista es popular, inclusiva, “de barrio”.
- Esto produce un fenómeno de resonancia emocional: muchos montevideanos votan al FA porque se sienten “en su lugar” dentro de esa estética.
5. Memoria cultural y transmisión generacional
La transmisión del voto frenteamplista en Montevideo se da también como herencia simbólica. Como ocurre con ciertas tradiciones culturales, el voto al FA se vive como continuidad ética, casi como un legado familiar, reforzado por la educación, la socialización en espacios públicos, la participación en actividades culturales y sociales.
- La memoria de la dictadura, la gesta de la salida democrática, los liderazgos históricos del FA, son parte de un imaginario cultural que estructura el presente.
En ese sentido, votar al FA no es solo una decisión, sino una expresión de continuidad cultural: “esto es lo que somos”.
6. Resistencia cultural al neoliberalismo
Montevideo ha sido culturalmente refractaria a los discursos del individualismo competitivo, la seguridad privatizada, la mercantilización del espacio público. Esta resistencia ha sido canalizada culturalmente por el FA, que encarna valores como:
- El derecho a la ciudad.
- La convivencia solidaria.
- La defensa del espacio público.
- El acceso igualitario a la cultura.

Análisis de LIBERTAS.
El primer riesgo evidente de una hegemonía política tan extendida en el tiempo es la erosión del principio republicano de alternancia, que, sin ser un mandato jurídico, es una expectativa funcional de los sistemas democráticos. Cuando un partido —por más legítimo que sea su respaldo electoral— permanece en el poder por más de tres décadas, se dificulta la oxigenación institucional, la renovación de prácticas y la incorporación de visiones diferentes sobre lo público. La democracia no se reduce a la posibilidad de votar, sino que exige una real competitividad política y la posibilidad de alternancia como garantías de salud institucional.
En segundo lugar, se configura un entramado de poder simbólico, administrativo y cultural que puede derivar en una forma sutil de clientelismo estructural. Cuando la población se acostumbra a asociar el acceso a la cultura, a las redes sociales comunitarias o incluso a ciertos beneficios sociales con una sola fuerza política, se corre el riesgo de que la ciudadanía deje de distinguir entre Estado y partido. Este fenómeno, que Antonio Gramsci analizó en clave de hegemonía cultural, puede desembocar en una naturalización del poder que impide cuestionarlo, incluso cuando sus prácticas se desvíen de los valores democráticos fundacionales.
Otro riesgo grave es la desmovilización de la oposición y el empobrecimiento del debate público. En contextos donde una fuerza domina simbólica y políticamente el territorio, las voces críticas tienden a marginalizarse, no tanto por censura explícita, sino por deslegitimación cultural o falta de espacio efectivo para ser escuchadas. Esto debilita el pluralismo, un pilar esencial de la democracia liberal, y degrada la deliberación ciudadana, pues el disenso comienza a percibirse como disonancia, y no como un valor a proteger.
La permanencia extendida en el poder también genera inercia institucional: estructuras administrativas que se burocratizan, se blindan ante la crítica y tienden a operar en automático. Esto puede derivar en formas de autorreferencialidad, donde el partido gobernante administra el aparato estatal con escasa innovación, dejando de responder a nuevas demandas sociales o generacionales. La eficiencia se sacrifica ante la fidelidad, y la gestión pública pierde su carácter meritocrático, abriendo espacio a nuevas formas de cooptación.
Desde la perspectiva de la libertad, también existe el riesgo de que la hegemonía simbólica se vuelva presión cultural, especialmente en espacios como el arte, la educación o el activismo social. Cuando un proyecto político se convierte en “el único legítimo”, se corre el peligro de que quienes no adhieren sean vistos como disidentes o enemigos. Esto puede limitar la diversidad ideológica en instituciones educativas, culturales y comunitarias, y empobrecer el tejido social. La libertad de expresión pierde fuerza cuando se ve condicionada por la lógica del alineamiento necesario para la supervivencia institucional o artística.
Por último, la República como ideal se sostiene en la división de poderes, la rotación de elites, y la vigilancia constante del poder por parte de la sociedad civil. Una hegemonía política prolongada, aun democrática, puede crear zonas de opacidad, donde el poder deja de rendir cuentas y se naturaliza el privilegio. La república exige instituciones independientes, prensa libre y ciudadanía crítica. Cuando el poder se vuelve demasiado cómodo o demasiado celebratorio de sí mismo, la república pierde su filo como defensa frente a la arbitrariedad, y se transforma en una rutina formal vaciada de espíritu cívico.