El antisemitismo —entendido como hostilidad, prejuicio o discriminación hacia los judíos— ha experimentado transformaciones profundas a lo largo de más de dos milenios. No es un fenómeno uniforme: cambia de forma, de motivaciones y de lenguajes según los contextos religiosos, políticos, económicos y culturales de cada época. A grandes rasgos, puede seguirse un arco que va del anti-judaísmo religioso en la Antigüedad tardía y la Edad Media, al antisemitismo social, nacional y racial de los siglos XIX y XX, con su culminación genocida bajo el nazismo. Lo que sigue es un recorrido histórico por ese proceso, desde sus primeras manifestaciones hasta 1945.

Raíces antiguas: diferencias religiosas, cívicas y culturales
Los primeros contactos entre judíos y sociedades circundantes (asirios, babilonios, persas, griegos y romanos) estuvieron marcados por tensiones religiosas y cívicas más que por un odio sistemático a una “raza”. En el mundo helenístico, tras las conquistas de Alejandro, comunidades judías diásporas convivieron con poblaciones griegas y egipcias. Surgieron conflictos por prácticas singulares (monoteísmo estricto, prohibiciones alimentarias, circuncisión) que chocaban con costumbres mayoritarias y con la expectativa de homogeneidad cívico-religiosa de las ciudades helenísticas. Escritos de autores como Manetón (egipcio helenizado) o Apión muestran críticas a los judíos por presuntos “misantrópicos” o por rechazo a dioses cívicos, acusaciones que ya prefiguraban tópicos posteriores.
En el Imperio romano la situación fue ambivalente. Por un lado, los judíos obtuvieron a menudo reconocimiento legal de sus prácticas; por otro, su exclusivismo religioso generó recelos y episodios de violencia, sobre todo cuando se percibía que la lealtad al Dios de Israel chocaba con el culto imperial. Las guerras judeo-romanas (66–73 y 132–135 d.C.) y la destrucción del Templo intensificaron prejuicios y sospechas. Sin embargo, en este período no existía un antisemitismo de naturaleza “racial”; la hostilidad era primordialmente cultural-religiosa y política.
El anti-judaísmo cristiano: de controversia teológica a política de tolerancia desigual
Con la expansión del cristianismo en el Bajo Imperio y su progresiva conversión en religión dominante, la relación cambió de eje. La polémica teológica con el judaísmo —sobre la figura de Jesús, la interpretación de las Escrituras, la “nueva alianza”— generó un corpus de sermones y tratados que presentaban a los judíos como “pueblo deicida” o “ciego” a la verdad cristiana. Padres de la Iglesia (como Juan Crisóstomo en sus homilías) emplearon una retórica dura que, aunque no siempre buscó la violencia, sentó bases culturales para la estigmatización.
Las autoridades imperiales y, luego, los reinos cristianos medievales, desarrollaron regímenes de “tolerancia” restringida: se permitía la existencia judía, pero sujeta a limitaciones legales, fiscales y simbólicas (prohibiciones de construir nuevas sinagogas, restricciones de cargos públicos, signos distintivos en ciertas épocas y lugares). El objetivo oficial no era aniquilar a los judíos, sino subordinarlos, en parte como “testimonio viviente” de la verdad cristiana. No obstante, la distancia entre doctrina eclesiástica y práctica popular fue grande, y las tensiones sociales y económicas alimentaron estallidos violentos.
La Edad Media latina: estereotipos, violencia y segregación
Entre los siglos XI y XIV el anti-judaísmo experimentó un salto cualitativo. Varias dinámicas confluyeron:
- Cruzadas: Desde 1096, el fervor cruzado desató pogromos contra comunidades judías en Renania y otros lugares bajo la acusación de ser “enemigos internos” de la cristiandad. Aunque algunos obispos intentaron proteger a los judíos, las matanzas revelaron el arraigo de un imaginario que los concebía como cómplices de los enemigos de la fe.
- Acusaciones rituales: A partir del siglo XII se multiplicaron calumnias recurrentes: el “libelo de sangre” (acusación de asesinar niños cristianos para ritos), la profanación de hostias, el envenenamiento de pozos (notoria durante la Peste Negra de 1348–1351). Estas leyendas, carentes de evidencia, sirvieron de pretexto para expropiaciones y matanzas.
- Segregación y roles económicos: La tradición canónica limitó a los judíos en múltiples oficios; simultáneamente, la prohibición eclesiástica de la usura para cristianos favoreció que algunos judíos se dedicaran al préstamo con interés. Ello los colocó en una posición ambivalente: necesarios para la economía monetaria emergente, pero objeto de resentimiento popular y de elites deudoras. Surgieron ghettos o barrios judíos (la palabra “gueto” se consolidará recién en la Venecia del siglo XVI, pero la segregación espacial es medieval).
- Expulsiones: En el siglo XIII y XIV se produjeron expulsiones masivas: de Inglaterra (1290), de Francia en oleadas (1182, 1306, 1394), y más tarde de diversos reinos y ciudades. Cada expulsión implicaba confiscaciones, rupturas familiares y éxodos hacia regiones más tolerantes (por ejemplo, Polonia-Lituania).
La Península Ibérica: conversos, Inquisición y “limpieza de sangre”
La experiencia ibérica tiene rasgos singulares. En los reinos hispánicos y en Portugal, la convivencia entre judíos, cristianos y musulmanes fue compleja y cambiante. Hubo periodos de relativa coexistencia, pero también masacres (1391) y presiones para la conversión. Muchos judíos se convirtieron al cristianismo —los “conversos” o “cristianos nuevos”—, lo que no los preservó de sospechas sobre su sinceridad. La creación de la Inquisición (1478) apuntó, formalmente, a perseguir herejías dentro del cristianismo, pero en la práctica fijó un foco en los conversos acusados de “judaizar”.
La medida culminante fue la expulsión de los judíos de Castilla y Aragón (1492), seguida de persecuciones y expulsiones en Portugal (1496–1497). El fenómeno ibérico introdujo un componente crucial: las leyes de limpieza de sangre, que discriminaban a quienes tenían ascendencia judía (o musulmana), aun si eran cristianos, anticipando lógicas proto-raciales de estigmatización hereditaria. Muchos exiliados —los sefardíes— se asentaron en el Mediterráneo otomano, el Norte de África, Italia y más tarde en Holanda.
Judíos en tierras del Islam: estatus de “dhimmi” y oscilaciones
En el mundo islámico medieval y temprano moderno, los judíos fueron, como los cristianos, dhimmi: minorías protegidas a cambio de un impuesto específico (jizya) y diversas restricciones. En comparación con algunos contextos cristianos, hubo largos periodos de convivencia relativamente más segura, con prominencia intelectual y económica judía (por ejemplo, en al-Ándalus o bajo ciertos califatos). No obstante, también existieron episodios de violencia, degradación simbólica o coerción. En general, la hostilidad antijudía en el Islam premoderno tuvo un carácter más religioso-jurídico que racial, y su intensidad varió según tiempos y lugares.
Ilustración, emancipación y reconfiguración del prejuicio
El siglo XVIII trajo transformaciones decisivas. La Ilustración y, luego, la Revolución Francesa impulsaron la emancipación: la concesión de ciudadanía plena a los judíos. Este proceso, que se expandió por Europa en los siglos XVIII y XIX (aunque con ritmos desiguales), desmanteló muchas restricciones legales medievales. Sin embargo, no eliminó las hostilidades; más bien, las reconfiguró.
Los judíos emancipados emergieron como minoría con creciente visibilidad en profesiones liberales, comercio, finanzas, prensa y vida cultural. En sociedades que combinaban modernización económica con nacionalismos emergentes, su presencia alimentó estereotipos contradictorios: por un lado, símbolos de progreso; por otro, chivos expiatorios de crisis y cambios. La hostilidad, antes predominantemente teológica, empezó a adoptar lenguajes seculares: conspirativos, nacionalistas y “científicos”.
Del anti-judaísmo al antisemitismo “moderno” y racial
A fines del siglo XIX surgió una ideología antisemita moderna que se autodenominó así: “antisemitismo”. Esta nueva configuración combinó varias corrientes:
- Racismo pseudocientífico: Influido por el darwinismo social y teorías de jerarquías raciales (como las de Gobineau), se presentó a los judíos como una “raza” inasimilable, portadora de rasgos mentales y morales supuestamente fijos y perniciosos. Se abandonaba la idea de que el bautismo resolviese la diferencia: aunque un judío se convirtiese, “seguía siendo judío” por sangre.
- Nacionalismo excluyente: En Estados-nación en formación, se acusó a los judíos de carecer de lealtad nacional, de ser “cosmopolitas” que debilitaban la cohesión del pueblo (Volk). En Alemania y Austria, partidos y publicistas explotaron estos temores en contextos de competencia política y social.
- Conspiracionismo moderno: Textos falsos como los “Protocolos de los Sabios de Sion” (fabricación de inicios del siglo XX en la Rusia zarista) difundieron la idea de una conspiración judía global para dominar las finanzas, la prensa y los gobiernos. Estas narrativas prosperaron en momentos de crisis —la industrialización turbulenta, los pánicos financieros, la derrota bélica— y encontraron ecos en sectores muy diversos.
- Casos emblemáticos: El caso Dreyfus (Francia, 1894–1906), la falsa acusación de traición a un oficial judío, reveló la profundidad del prejuicio en una república liberal y movilizó a intelectuales (Zola, “J’accuse!”). En el Imperio ruso, oleadas de pogromos (1881–1906) en Ucrania, Polonia y Bielorrusia impulsaron grandes migraciones judías hacia Europa occidental y Estados Unidos.
Primera Guerra Mundial, posguerra y “mitos de la puñalada por la espalda”
La Primera Guerra Mundial y su desenlace intensificaron la radicalización. En Alemania, el mito de la “puñalada por la espalda” —que atribuía la derrota no a factores militares sino a traiciones internas de socialistas, republicanos y judíos— envenenó la cultura política de la República de Weimar. El desorden económico (hiperinflación, desempleo) y el miedo al bolchevismo facilitaron la fusión de dos fantasmas: el del “judío capitalista/financiero” y el del “judío revolucionario”, contradictorios pero funcionales al odio.
En Europa central y oriental, la disolución de imperios, el surgimiento de nuevos Estados y la competencia nacionalista generaron marcos legales que, aunque a veces proclamaban igualdad, toleraban prácticas antisemitas (cuotas universitarias, exclusiones profesionales, violencia política).
Nazismo: de programa ideológico a política de Estado
El nacionalsocialismo alemán llevó el antisemitismo moderno a su extremo lógico y criminal. En la cosmovisión nazi, los judíos eran el enemigo metafísico del pueblo germano-ario, responsables tanto del “capitalismo internacional” como del “bolchevismo judeo-marxista”; una fuerza corruptora que habría que extirpar para regenerar la nación.
Tras la llegada de Hitler al poder (1933), el Estado alemán transformó el prejuicio en política sistemática:
- Exclusión legal y social (1933–1935): Boicots a negocios judíos, purgas en la administración, universidades y profesiones; leyes que expulsaban a los judíos de la vida pública. La violencia paraestatal (SA) convivió con medidas “legales”.
- Leyes de Núremberg (1935): Definieron quién era judío por criterios raciales (ascendencia), prohibieron matrimonios y relaciones “mixtas”, y despojaron a los judíos de la ciudadanía alemana. El antisemitismo se codificó en derecho: no había ya un camino de conversión o asimilación posible.
- Cristalización violenta (1938): La Kristallnacht (9–10 de noviembre de 1938) fue un pogromo coordinado por el Estado: sinagogas quemadas, tiendas saqueadas, arrestos masivos. La señal fue inequívoca: la violencia antijudía había pasado a ser política oficial a gran escala.
Simultáneamente, la política nazi alentó la emigración forzada, dificultada por las restricciones migratorias en países de destino. El robo “legal” de propiedades (arianización) se volvió práctica cotidiana. En Austria (anexada en 1938) y luego en los Sudetes, las mismas lógicas se expandieron.
La guerra y la “Solución Final”: del gueto y el fusilamiento al genocidio industrial
La Segunda Guerra Mundial transformó el antisemitismo estatal en genocidio planificado. La invasión de Polonia (1939) y, sobre todo, la Operación Barbarroja (junio de 1941) abrieron el espacio para una violencia sin cortapisas en Europa oriental, donde vivía la mayor parte de los judíos del continente.
- Ghettos y trabajo forzoso: En Polonia ocupada se crearon guetos (Varsovia, Łódź, Cracovia) donde los judíos fueron hacinados, hambrientos y sometidos a enfermedades. Se explotó su trabajo en condiciones letales.
- Einsatzgruppen: En los territorios soviéticos ocupados, unidades móviles de asesinato (Einsatzgruppen), con colaboración de fuerzas locales y del ejército regular, practicaron fusilamientos masivos de judíos, comisarios y otros “indeseables”. Masacres como la de Babi Yar (Kiev, 1941) revelan la escala temprana del exterminio por bala.
- Radicalización hacia el exterminio total: Entre 1941 y 1942, la cúpula nazi dio el paso decisivo: la “Solución Final de la cuestión judía”, es decir, el asesinato sistemático de todos los judíos europeos. La conferencia de Wannsee (enero de 1942) coordinó burocráticamente este plan.
- Campos de exterminio: Se construyó o reconvirtió un sistema de campos de la muerte en la Polonia ocupada (Chełmno, Belzec, Sobibor, Treblinka, Majdanek, Auschwitz-Birkenau). A diferencia de campos de concentración previos, su función central era matar. Se emplearon cámaras de gas y crematorios para industrializar el asesinato. El transporte ferroviario desde ghettos y comunidades de toda Europa hizo posible la logística genocida.
- Colaboración y resistencia: En varios países ocupados hubo colaboración administrativa y policial (por ejemplo, en la Francia de Vichy, en partes de Europa oriental y balcánica), que facilitó redadas y deportaciones. También hubo resistencias: redes de salvamento (casos de diplomáticos y ciudadanos que escondieron judíos), levantamientos (como el del Gueto de Varsovia en 1943) y evasiones. Sin embargo, el desequilibrio de fuerzas y la ferocidad represiva limitaron su alcance.
El resultado fue el Holocausto (Shoá): el asesinato de unos seis millones de judíos europeos, incluyendo la destrucción casi total de comunidades milenarias en Europa oriental, central y sudoriental. El antisemitismo nazi, de matriz racial-biologicista, había logrado convertir una larga tradición de prejuicio en un proyecto de aniquilación sin precedentes por su escala, método y coordinación estatal.
Factores estructurales en la larga duración del antisemitismo
Mirada en perspectiva, la persistencia del antisemitismo se explica por una combinación de factores que, en distintas dosis, se reactivaron en cada época:
- Diferencia religiosa y cultural: El monoteísmo exclusivo judío, ciertas prácticas distintivas y el mantenimiento de identidades comunales en diáspora alimentaron percepciones de alteridad.
- Función económica y “visibilidad”: Restricciones laborales empujaron a los judíos a nichos (comercio, finanzas, arriendo de impuestos) que, en coyunturas de crisis, generaban resentimiento; al mismo tiempo, el éxito de algunas élites judías se exageró para proyectar estereotipos de poder desmedido.
- Chivos expiatorios políticos: Guerras, pestes, quiebras financieras y transformaciones tecnológicas encontraron en la minoría judía un blanco útil para desviar tensiones.
- Nacionalismo y homogeneidad: La modernidad política exigió lealtades nacionales exclusivas; minorías móviles y transnacionales fueron vistas como “cuerpos extraños”.
- Pseudociencia racial: El salto del prejuicio teológico-cultural a la “raza” inmutable y biológica dio al odio un ropaje de inevitabilidad y legitimidad “científica”.
- Aparato estatal y burocracia: La administración moderna permitió codificar la discriminación (leyes, censos, categorías raciales) y, en su versión extrema, organizar la muerte con eficacia industrial.
1939–1945: culminación y quiebre
La derrota del nazismo en 1945 expuso, ante el mundo, la lógica final a la que podía conducir el antisemitismo cuando se fundía con una dictadura totalitaria, una ideología racial apocalíptica y los recursos de un Estado moderno. Los juicios de Núremberg y la progresiva documentación del Holocausto transformaron el estatus del antisemitismo en la cultura pública occidental: de prejuicio socialmente tolerado a símbolo máximo de barbarie. Esa conmoción moral alimentó, a su vez, debates sobre derechos humanos, crímenes contra la humanidad, refugio a sobrevivientes y, más tarde, sobre el destino político del pueblo judío en Palestina (cuestión que excede el límite temporal de este recorrido).
Aunque el relato tiende a centrarse en Europa, conviene subrayar que el antisemitismo adquirió matices regionales:
- En Europa oriental (Imperio ruso y sucesores), la combinación de autocracia, etnonacionalismos y precariedad socioeconómica produjo oleadas recurrentes de violencia popular y estatal.
- En Europa occidental, incluso en contextos liberales, prejuicios culturales y profesionales persistieron, a veces en formas “respetables” (cuotas, clubs, barreras informales).
- En el mundo islámico moderno, la relación con las comunidades judías —aunque no marcada por teorías raciales al estilo europeo— también se tensó por factores geopolíticos, económicos y, en el siglo XX, por el conflicto árabe-judío emergente (más allá de 1945).
Además, aunque 1945 significó un quiebre normativo, no erradicó los residuos culturales: algunos mitos conspirativos, tropos literarios y chistes denigrantes sobrevivieron, a veces reciclados en nuevas narrativas. Esta persistencia explica por qué, en la posguerra, el combate al antisemitismo requeriría educación histórica, legislación antidiscriminatoria y vigilancia frente a sus metamorfosis.
Desde la Antigüedad, el rechazo a los judíos se articuló en torno a su diferencia religiosa; en la Edad Media, se imbricó con estereotipos demonizantes, violencia ritualizada y segregación jurídica; en la Edad Moderna y Contemporánea, mudó hacia lenguajes seculares —nacionalistas, conspirativos, raciales— que le otorgaron una apariencia de “ciencia” y una funcionalidad política de masas. La modernidad, lejos de disolverlo, lo rearmó: la emancipación y la visibilidad judía en sociedades abiertas desencadenaron reacciones defensivas que, con la ayuda de la biopolítica estatal, culminaron en el Holocausto.
La historia del antisemitismo hasta 1945 muestra la plasticidad de los prejuicios: son capaces de revestirse con las ideas dominantes de su tiempo —teología, naturalismo, ciencia, nación— para justificarse y expandirse. Por eso, comprender su evolución no es un ejercicio erudito sino una advertencia: la hostilidad hacia minorías puede parecer nueva cuando en realidad recicla viejas lógicas de exclusión. El final de la Segunda Guerra Mundial no clausuró ese riesgo, pero sí dejó una lección amarga y fundante para el mundo contemporáneo: cuando el prejuicio se vuelve ley, y la ley se vuelve máquina, la civilización misma está en juego.
Del Holocausto a la actualidad: evolución del antisemitismo (1945–2025)
El antisemitismo, lejos de desaparecer tras el horror revelado en 1945, ha seguido mutando y reapareciendo en distintas formas. El Holocausto supuso un quiebre moral, pero no erradicó los prejuicios milenarios ni las hostilidades políticas que, con el tiempo, se reconfiguraron en nuevos lenguajes: negacionismo, antisionismo extremo, teorías conspirativas digitales, discursos de odio en redes y violencia terrorista. La historia de los últimos ochenta años muestra que el antisemitismo ha sido camaleónico: se adapta a contextos culturales, ideológicos y tecnológicos distintos, aunque conservando un núcleo de estigmatización del “judío” como enemigo
El descubrimiento de los campos de exterminio nazis y los Juicios de Núremberg produjeron una conmoción mundial. El antisemitismo fue señalado como uno de los fundamentos ideológicos del nazismo y, por extensión, como una amenaza a la civilización. Surgieron las categorías jurídicas de “crímenes contra la humanidad” y se consolidó un consenso internacional —al menos normativo— de rechazo.
En Europa Occidental, durante la reconstrucción, los judíos sobrevivientes experimentaron tanto solidaridad como persistencia de prejuicios soterrados. Muchos campos de desplazados (DP camps) se convirtieron en espacios de tránsito hacia Palestina/Israel o hacia Estados Unidos. Sin embargo, la miseria de posguerra y el resentimiento hacia retornados que reclamaban propiedades usurpadas revelaron que el antisemitismo seguía latente en Alemania, Polonia, Hungría o Rumania.
En la Unión Soviética, el antisemitismo adoptó una forma ideológica “anticosmopolita”. Bajo Stalin, campañas contra “enemigos internos” se dirigieron a menudo contra intelectuales judíos acusados de vínculos con Occidente. El caso del Comité Judío Antifascista y el “complot de los médicos” (1952–1953) evidenció un antisemitismo de Estado disfrazado de purga política.
1948–1973: El Estado de Israel y la reconfiguración geopolítica
La creación del Estado de Israel en 1948 marcó un giro decisivo. Para muchos sobrevivientes del Holocausto, fue refugio y afirmación nacional. Para sectores árabes y musulmanes, su nacimiento —ligado a la Nakba palestina— inauguró una narrativa en la que los judíos pasaron de víctimas del genocidio europeo a supuestos “opresores coloniales”.
En Europa y Estados Unidos, el apoyo a Israel fue, en un inicio, amplio, pero pronto se mezcló con tensiones de la Guerra Fría. La URSS, que en 1947 había apoyado la partición de Palestina, se volcó luego a respaldar a países árabes, y su propaganda recurrió a estereotipos antijudíos bajo el disfraz de crítica al “sionismo”.
Las guerras de 1967 (Seis Días) y 1973 (Yom Kippur) exacerbaron percepciones contrapuestas. En el mundo árabe-musulmán, se difundieron versiones locales de los “Protocolos de los Sabios de Sion”, mientras que en Europa y América Latina algunos sectores de izquierda identificaron a Israel con el imperialismo. En paralelo, los judíos soviéticos sufrían discriminación sistemática, con prohibición de emigrar y exclusión de puestos académicos o militares.
1970–1990: Negacionismo, antisemitismo de Estado y terrorismo
Negacionismo
Desde fines de los años 60, emergió el negacionismo del Holocausto, impulsado por autores como Paul Rassinier en Francia y más tarde por grupos ultraderechistas. Bajo la excusa de “revisión histórica”, se intentó minimizar o negar la Shoá. Aunque marginado en ámbitos académicos, el negacionismo ganó difusión en sectores extremistas y, con el tiempo, en medios digitales.
URSS y países satélites
Durante la Guerra Fría, el antisemitismo estatal persistió en la URSS y Europa del Este. Campañas “antisionistas” sirvieron para excluir a judíos de cargos o reprimir su cultura. El término “sionista” se usó como sinónimo de “enemigo del pueblo”. A finales de los 80, con la Perestroika, se abrieron las puertas a la emigración masiva de judíos hacia Israel y EE.UU., pero también afloraron nacionalismos antijudíos en Ucrania, Rusia y el Cáucaso.
Terrorismo internacional
Desde los años 70, atentados contra comunidades judías en la diáspora marcaron un nuevo escenario: el ataque a los Juegos Olímpicos de Múnich (1972), la masacre de la sinagoga de Roma (1982), los atentados contra la AMIA y la Embajada de Israel en Buenos Aires (1992 y 1994). Estos episodios revelaron la conexión entre antisemitismo y terrorismo transnacional.
1990–2000: Globalización, memoria y nuevas tensiones
Tras la caída del Muro y la apertura de archivos, se fortaleció la memoria del Holocausto. Se erigieron museos (Washington, Berlín, Jerusalén), se multiplicaron programas educativos y se estableció el 27 de enero como Día Internacional de Conmemoración.
Pero la globalización también trajo nuevas expresiones de antisemitismo:
- Extrema derecha europea: Movimientos neonazis y partidos nacionalistas (Francia, Alemania, Austria) reactivaron viejos clichés. El antisemitismo se entrelazó con xenofobia contra inmigrantes y nostalgia nacionalista.
- Extrema izquierda y antisionismo radical: En foros internacionales, especialmente tras la Conferencia de Durban (2001), se consolidó una narrativa que equiparaba a Israel con un “Estado apartheid”. Si bien la crítica política a Israel es legítima, a menudo derivó en expresiones que reciclaban estereotipos antisemitas.
- Oriente Medio: Tras los acuerdos de Oslo (1993), la esperanza de paz convivió con la persistencia del odio en manuales escolares, medios estatales y discursos oficiales en varios países.
2000–2010: Internet, Intifadas y discursos globales
La Segunda Intifada (2000–2005) coincidió con la expansión de Internet y las redes sociales. La violencia en Israel y Palestina alimentó un clima global de polarización: se multiplicaron ataques contra sinagogas y cementerios en Europa, mientras circulaban en línea teorías conspirativas sobre “lobbies judíos” responsables de guerras o crisis financieras.
El 11 de septiembre de 2001 y la “guerra contra el terrorismo” alimentaron nuevos relatos conspirativos: se acusó falsamente a judíos de haber estado detrás de los atentados, difundiendo mitos como que “ningún judío murió en las Torres Gemelas”.
En paralelo, los partidos de extrema derecha en Europa (Le Pen en Francia, Jobbik en Hungría) crecieron electoralmente, algunos suavizando su discurso público pero manteniendo bases antisemitas.
2010–2020: Normalización del odio digital y ataques violentos
En la segunda década del siglo XXI, el antisemitismo entró en una fase digital y globalizada:
- Redes sociales: Plataformas como Facebook, Twitter y YouTube se convirtieron en vectores de propaganda antisemita. Memes, foros y videos difundieron tanto negacionismo como teorías conspirativas (ej. “los Rothschild dominan el mundo”).
- Ataques violentos: Se registraron atentados contra comunidades judías en Toulouse (2012), París (2015, en el supermercado kosher), Pittsburgh (2018, Tree of Life synagogue) y Poway (2019). Estos ataques combinaban ultraderecha, islamismo radical y radicalización en línea.
- Negacionismo reempaquetado: Se disfrazó bajo la etiqueta de “preguntas legítimas” o relativizaciones. Movimientos de conspiración como QAnon incluyeron elementos antisemitas.
- Oriente Medio: Guerras en Gaza (2008–2009, 2014) generaron oleadas de antisemitismo en Europa y América, a menudo en forma de ataques a judíos locales identificados con Israel.
2020–2025: Pandemia, polarización y persistencias
La pandemia de COVID-19 reactivó un viejo patrón: los judíos como chivos expiatorios. Circularon rumores de que Israel o “banqueros judíos” habían creado el virus o se beneficiaban de las vacunas. El odio online alcanzó niveles inéditos.
En paralelo, el conflicto israelo-palestino siguió siendo catalizador. Las escaladas en Gaza (2021, 2023) produjeron aumentos en ataques a judíos en Europa y EE.UU. La retórica antisionista se intensificó en foros internacionales y en universidades, a veces cruzando la línea hacia antisemitismo.
Los servicios de monitoreo (ADL, Observatorio Europeo, ONU) reportan que en 2024–2025 el antisemitismo no ha disminuido, sino que se ha diversificado: desde el neonazismo clásico hasta el islamismo radical y la conspiranoia digital. Al mismo tiempo, la memoria del Holocausto enfrenta el desafío del desvanecimiento generacional.
Factores estructurales de persistencia
En este período se observa que el antisemitismo se ha sostenido por:
- Camuflaje ideológico: Se disfraza como crítica política, escepticismo histórico o discurso “antiélite”.
- Multiplicación digital: Internet facilita alcance global, anonimato y viralidad.
- Función de chivo expiatorio: Crisis económicas, pandemias o guerras encuentran en “los judíos” un enemigo simbólico.
- Persistencia cultural: Estereotipos se reciclan en nuevos formatos (memes, series, discursos populistas).
Respuestas y resistencias
A pesar de esta persistencia, también se han desarrollado respuestas:
- Leyes contra el odio y negacionismo en Alemania, Francia, España, Argentina y otros países.
- Educación en memoria: programas escolares, viajes a Auschwitz, testimonios de sobrevivientes.
- Instituciones internacionales: IHRA (International Holocaust Remembrance Alliance), resoluciones de la ONU, declaraciones de líderes religiosos.
- Tecnología contra odio: esfuerzos de moderación en redes sociales (con eficacia limitada).
El antisemitismo después de 1945 demuestra que incluso la mayor catástrofe genocida no garantiza la erradicación del odio. Ha mutado de la marginalidad neonazi al disfraz conspirativo, del antisemitismo estatal soviético al terrorismo islamista, del panfleto impreso al meme viral. Cada época encontró en el viejo prejuicio una herramienta útil para sus crisis.
La paradoja es clara: mientras la memoria del Holocausto se institucionalizó, el antisemitismo sobrevivió, adaptándose al lenguaje de cada tiempo. Hoy, en 2025, combatirlo requiere tanto preservar la memoria como enfrentar sus nuevas máscaras digitales y geopollítico.

Declaración de LIBERTAS sobre el antisemitismo contemporáneo
En LIBERTAS, conscientes de la gravedad que supone el resurgimiento y la mutación constante del antisemitismo en el mundo contemporáneo, expresamos nuestra profunda preocupación por el aumento sostenido de manifestaciones de odio contra el pueblo judío. Estas expresiones —sean negacionistas, conspirativas, violentas o disfrazadas de retóricas políticas— constituyen una amenaza directa a la Libertad, a la Democracia, a la República y a los Derechos Humanos universales.
El antisemitismo es un prejuicio milenario, que ha demostrado a lo largo de la historia su capacidad de adaptarse a cada época: desde el fanatismo religioso medieval, hasta el racismo pseudocientífico del siglo XIX y el genocidio nazi del siglo XX. Hoy, en pleno siglo XXI, reaparece en nuevas formas digitales, políticas y sociales, contaminando la esfera pública y atentando contra la convivencia pacífica de las naciones.
Recordamos que el Holocausto representó la más trágica consecuencia de este odio, y que el “nunca más” proclamado en 1945 no puede convertirse en una consigna vacía. La persistencia del antisemitismo nos interpela como comunidad humana: donde se niega la dignidad de unos, se erosiona la libertad de todos.
LIBERTAS reafirma que:
- La Libertad no puede coexistir con el prejuicio y la violencia.
- La Democracia se degrada cuando tolera el odio como forma de expresión política.
- La República pierde su fundamento cuando niega la igualdad ante la ley a cualquier ciudadano por su origen, religión o identidad.
- Los Derechos Humanos son indivisibles y universales: la agresión a una comunidad es una afrenta a la humanidad entera.
Convocamos a las instituciones republicanas, a la sociedad civil y a la comunidad internacional a redoblar esfuerzos educativos, jurídicos y culturales para combatir toda forma de antisemitismo y de odio, promoviendo la memoria histórica, la protección de las minorías y la defensa irrestricta de la dignidad humana.
En LIBERTAS sostenemos que la lucha contra el antisemitismo es inseparable de la defensa de un orden libre, democrático y republicano, y que cada generación tiene el deber de mantener viva esa resistencia.: “En defensa del ser humano, de sus derechos inalienables y de la plena libertad de conciencia, pensamiento y credo.”