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El régimen de Putin es considerado una dictadura por muchos observadores internacionales, ya que viola los principios básicos de la democracia, como la división de poderes, el respeto a los derechos humanos, la libertad de expresión y la participación política. Algunas de las razones que se suelen mencionar para calificar al régimen de Putin como una dictadura son:

  • El control absoluto que ejerce Putin sobre el gobierno, el parlamento y la justicia, que le permite nombrar y destituir a su antojo a los altos cargos, aprobar leyes a su medida y reprimir a sus opositores.
  • La falta de alternancia política, ya que Putin lleva más de 23 años en el poder, alternando entre los cargos de presidente y primer ministro, y modificando la constitución para ampliar su mandato y perpetuarse en el poder.
  • La represión de la sociedad civil, los medios de comunicación y las organizaciones no gubernamentales, que son objeto de censura, intimidación, acoso, detenciones arbitrarias y violencia por parte de las fuerzas de seguridad y grupos afines al Kremlin.
  • La intervención militar en otros países, como Ucrania, Georgia o Siria, que viola el derecho internacional y la soberanía de las naciones, y que busca expandir la influencia y el prestigio de Rusia en el mundo, a costa de la paz y la estabilidad regional.
  • Putin ha modificado la constitución rusa varias veces para poder seguir en el poder, eliminando los límites de mandato y aumentando las competencias del presidente. En 2020, aprobó una reforma que le permitiría gobernar hasta 2036, cuando tendría 83 años.
  • Putin ha reprimido a la oposición política, encarcelando, exiliando o asesinando a sus principales rivales, como el activista anticorrupción Alexéi Navalni, el exespía Alexander Litvinenko o el político liberal Borís Nemtsov.
  • Putin ha controlado los medios de comunicación, censurando o cerrando los que le son críticos, como el canal de televisión Dozhd, el periódico Novaya Gazeta o la ONG Memorial, que se dedicaba a investigar los crímenes del estalinismo.
  • Putin ha promovido una ideología nacionalista, conservadora y autoritaria, basada en el culto a su personalidad, el rechazo a los valores occidentales, la defensa de la ortodoxia rusa y la intolerancia hacia las minorías sexuales, étnicas o religiosas.

Su vida y ascenso al poder:

Putin nació el 7 de octubre de 1952 en Leningrado, hoy San Petersburgo, en una familia humilde y afectada por la Segunda Guerra Mundial.

Se licenció en Derecho en la Universidad de San Petersburgo y se unió al KGB, el servicio de inteligencia soviético, en 1975.

Trabajó como espía en Alemania Oriental desde 1985 hasta 1990, y luego regresó a San Petersburgo, donde se involucró en la política local bajo el ala del alcalde Anatoli Sobchak.

En 1996, se trasladó a Moscú y ocupó varios cargos en el gobierno de Borís Yeltsin, como jefe del Servicio Federal de Seguridad (FSB), la sucesora del KGB, y secretario del Consejo de Seguridad Nacional.

En 1999, fue nombrado primer ministro por Yeltsin, quien lo designó como su sucesor. Ese mismo año, lanzó una segunda guerra contra los separatistas chechenos, que le granjeó popularidad entre el pueblo ruso13.

En 2000, fue elegido presidente de Rusia por primera vez, con el 53% de los votos. Durante su primer mandato, consolidó su poder, reforzó la economía, reprimió a la oposición y a los medios críticos, y se enfrentó a Occidente por cuestiones como el escudo antimisiles o la ampliación de la OTAN.

En 2004, fue reelegido con el 71% de los votos. Durante su segundo mandato, continuó con su política autoritaria, nacionalista y expansionista, interviniendo militarmente en Georgia en 2008 y reconociendo la independencia de las regiones separatistas de Abjasia y Osetia del Sur.

En 2008, al no poder presentarse a un tercer mandato consecutivo por la constitución, se convirtió en primer ministro bajo la presidencia de su aliado Dmitri Medvédev, quien le otorgó amplios poderes y le permitió seguir siendo el líder de facto del país.

En 2012, volvió a la presidencia tras ganar las elecciones con el 64% de los votos, en medio de denuncias de fraude y protestas masivas. Durante su tercer mandato, impulsó una reforma constitucional que le permitiría gobernar hasta 2036, anexionó la península de Crimea tras un referéndum ilegal, apoyó al régimen de Bashar al Asad en la guerra civil siria, y se enfrentó a una grave crisis económica y diplomática por las sanciones internacionales y la caída de los precios del petróleo.

En 2018, fue reelegido para un cuarto mandato con el 77% de los votos, en unas elecciones marcadas por la falta de competencia y la baja participación. Durante su cuarto mandato, ha tenido que lidiar con la pandemia de COVID-19, el envenenamiento y el encarcelamiento de su principal opositor, Alexéi Navalni, y las tensiones con Estados Unidos y sus aliados por temas como el ciberespionaje, el programa nuclear iraní o la situación de Ucrania

La Guerra en Ucrania

La guerra en Ucrania es un conflicto armado que comenzó en 2014, cuando Rusia anexó ilegalmente la península de Crimea y apoyó a los separatistas prorrusos en las regiones orientales de Donetsk y Lugansk. Desde entonces, más de 13.000 personas han muerto y más de un millón han sido desplazadas por la violencia.

En 2022, la situación se agravó cuando Rusia acumuló más de 100.000 tropas y armamento pesado en la frontera con Ucrania, lo que generó temores de una invasión a gran escala. A pesar de los esfuerzos diplomáticos de Estados Unidos y la Unión Europea, el presidente ruso Vladimir Putin ordenó una operación militar en el este de Ucrania el 24 de febrero de 2022, alegando que debía proteger a los rusoparlantes de la “agresión” ucraniana.

La ofensiva rusa se encontró con una fuerte resistencia por parte del ejército ucraniano, que logró contener el avance de las fuerzas invasoras en varias zonas clave, como Járkov, Mariupol y Dnipró. Además, Ucrania recibió el apoyo de la OTAN, que envió tropas, armas y asistencia humanitaria al país. La comunidad internacional condenó la agresión rusa y le impuso duras sanciones económicas y políticas, que afectaron gravemente a la economía y la estabilidad de Rusia.

La guerra en Ucrania ha entrado en su fase más peligrosa, ya que Putin ha amenazado con usar armas nucleares si Occidente interviene militarmente en el conflicto. Al mismo tiempo, Ucrania ha declarado su intención de recuperar la soberanía sobre Crimea y las regiones ocupadas por Rusia, lo que podría provocar una escalada mayor.

El futuro de la paz y la seguridad en Europa depende de la capacidad de las partes para negociar una solución pacífica y respetar el derecho internacional.

La situación de Alexei Nalvani

La situación de Alexéi Navalni, el principal opositor al régimen de Putin, es muy grave y preocupante.

Navalni fue envenenado en agosto de 2020 con un agente nervioso llamado Novichok, del que logró sobrevivir tras ser trasladado a Alemania para recibir tratamiento.

En enero de 2021, regresó a Rusia y fue detenido nada más aterrizar, acusado de violar los términos de una condena suspendida por malversación de fondos, que él denuncia como un montaje político.

Navalni fue condenado a dos años y medio de prisión en febrero de 2021, lo que desató una ola de protestas en todo el país, que fueron duramente reprimidas por las fuerzas de seguridad.

Miles de personas fueron detenidas, golpeadas y multadas por participar en las manifestaciones a favor de la liberación de Navalni.

El opositor inició una huelga de hambre el 31 de marzo de 2021, para exigir que se le permitiera acceder a un médico de su confianza, ya que sufría de fuertes dolores en la espalda y las piernas, y temía perder la vista o la movilidad.

El estado de salud de Navalni se deterioró rápidamente, y los médicos que le visitaron en la cárcel advirtieron que podía sufrir un paro cardíaco en cualquier momento, debido a los altos niveles de potasio en su sangre. También alertaron de que presentaba síntomas de una posible insuficiencia renal, una neuropatía severa y una tuberculosis latente.

Ante la presión internacional y el riesgo de muerte,  las autoridades rusas accedieron a trasladarlo a un hospital penitenciario, donde le administraron vitaminas por vía intravenosa y le ofrecieron terminar su huelga de hambre.

Navalni anunció el 23 de abril de 2021 que ponía fin a su huelga de hambre, tras 24 días, al lograr que le examinaran médicos civiles y al considerar que había cumplido su objetivo de llamar la atención sobre su caso.

Sin embargo, su situación siguió siendo crítica, ya que perdio más de 20 kilos de peso, tenía  dificultades para hablar y moverse, y seguía sin recibir el tratamiento adecuado para sus dolencias.

Además, seguía enfrentándose a otros procesos judiciales por difamación, extremismo y fraude, que podrían aumentar su condena o inhabilitarlo para la actividad política.

La comunidad internacional condenó  el trato que recibía Navalni y exigió su liberación inmediata y sin condiciones.

Varios países han impuesto sanciones a Rusia por su responsabilidad en el envenenamiento y el encarcelamiento de Navalni, así como por su represión de las protestas pacíficas. Sin embargo, Putin ha rechazado cualquier injerencia externa en los asuntos internos de Rusia y ha negado cualquier implicación en el caso Navalni.

Finalmente la muerte de Alexei Navalni, el principal opositor al régimen de Vladimir Putin en Rusia, ha conmocionado al mundo y ha generado una ola de condena y protesta. Navalni falleció el 16 de febrero de 2024 en la prisión de Yamalia-Nenetsia, en el Ártico, donde cumplía una condena de 19 años por delitos que él y sus seguidores consideraban fabricados.

Según las autoridades penitenciarias, Navalni se sintió mal tras un paseo y perdió el conocimiento, sin que los médicos pudieran reanimarlo.

Todas las  sospechas que se trata de un asesinato político, ya que Navalni había sido víctima de un envenenamiento con un agente nervioso en agosto de 2020, del que sobrevivió milagrosamente tras ser tratado en Alemania.

Navalni era el líder de la oposición rusa más destacado y el mayor crítico de Putin, al que acusaba de corrupción, autoritarismo y violación de los derechos humanos.

Navalni organizó varias protestas masivas contra el gobierno, denunció el fraude electoral y creó una red de activistas y periodistas que investigaban los abusos del poder.

Navalni también se presentó como candidato a la presidencia en 2018, pero fue inhabilitado por las autoridades. Su popularidad entre los jóvenes y las clases medias urbanas lo convirtió en una amenaza para el Kremlin, que intentó silenciarlo por todos los medios34.

La muerte de Navalni ha provocado una fuerte reacción de la comunidad internacional, que ha exigido una investigación independiente y transparente sobre las circunstancias de su fallecimiento.

Varios países han impuesto sanciones a Rusia por su responsabilidad en el envenenamiento y el encarcelamiento de Navalni, así como por su represión de las protestas pacíficas. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, dijo que “Putin es responsable de la muerte de Navalni” y que su administración no toleraría las violaciones de los derechos humanos por parte de Rusia.

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, dijo que en Rusia “los espíritus libres son enviados al Gulag y condenados a muerte” y que su país apoyaría al pueblo ruso en su lucha por la democracia.

La muerte de Navalni también ha generado una ola de indignación y movilización entre sus seguidores y simpatizantes, que han salido a las calles de varias ciudades rusas para exigir justicia y libertad. La policía ha detenido a miles de manifestantes, entre ellos varios colaboradores y familiares de Navalni, que han denunciado la brutalidad y la arbitrariedad de las fuerzas de seguridad.

La esposa de Navalni, Yulia Navalnaya, dijo que su marido había muerto “por su valentía, su honestidad y su amor por Rusia” y que su legado seguiría vivo en el corazón de millones de personas. La madre de Navalni, Lyudmila, dijo que su hijo estaba “vivo, sano y feliz” la última vez que lo vio y que no quería escuchar ninguna condolencia.

La muerte de Navalni ha sido un duro golpe para la oposición rusa, que ha perdido a su líder más carismático y más capaz de desafiar al régimen de Putin. Sin embargo, también ha sido un catalizador para la esperanza y el cambio, ya que ha despertado la conciencia y la solidaridad de millones de personas que aspiran a una Rusia más libre, más justa y más democrática.

El futuro de Rusia depende de la capacidad de la sociedad civil para resistir la opresión y reclamar sus derechos, así como de la presión internacional para que se respeten los principios universales de los derechos humanos.

DECLARACION DE LIBERTAS

Con profundo pesar y una firme determinación por la justicia y la libertad, declaramos nuestro enérgico rechazo a la dictadura impuesta por Vladimir Putin en Rusia. La reciente y trágica muerte de Alexei Navalni, un líder incansable en la lucha por la democracia y los derechos humanos, es un recordatorio sombrío del precio que pagan aquellos que desafían el régimen autoritario de Putin.

Desde hace demasiado tiempo, el pueblo ruso ha sufrido bajo el yugo de un régimen que ha sofocado la libertad de expresión, manipulado elecciones, reprimido a la oposición y violado sistemáticamente los derechos humanos. La muerte de Navalni, tras haber sido envenenado y encarcelado injustamente, es un crimen atroz que clama por justicia y exige una respuesta contundente de la comunidad internacional.

Nos solidarizamos con el pueblo ruso en su dolor y su deseo de vivir en un país donde la democracia sea más que una ilusión, donde la justicia no sea selectiva y donde la libertad sea un derecho inalienable para todos. La muerte de Navalni no será en vano; su legado de valentía, honestidad y amor por Rusia inspirará a generaciones futuras a continuar la lucha por un futuro mejor.

Exigimos una investigación independiente y transparente sobre las circunstancias de la muerte de Navalni, así como el castigo de aquellos responsables de este crimen despreciable. Instamos a los líderes mundiales a no permanecer indiferentes ante la tiranía y la represión en Rusia, y a tomar medidas concretas para defender los valores democráticos y los derechos humanos.

La muerte de Navalni no solo es una tragedia para Rusia, sino también un llamado de atención para el mundo entero. No podemos quedarnos silentes ante la opresión y el abuso del poder. Es hora de levantar la voz, de alzar la bandera de la libertad y de exigir un cambio real y significativo en Rusia.

Hacemos un llamado a la comunidad internacional a unirse en solidaridad con el pueblo ruso y a trabajar juntos para construir un futuro donde la democracia, la justicia y la libertad sean los pilares fundamentales de la sociedad. La muerte de Navalni nos recuerda que la lucha por la libertad es una responsabilidad compartida, y juntos, podemos marcar la diferencia.

¡Por la libertad, la justicia y la democracia en Rusia!

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