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Invertir en los ecosistemas es invertir en nuestro futuro

El Día Mundial del Medio Ambiente 2021, que este año cuenta con Pakistán como país anfitrión, exige acciones urgentes para devolverle la vida a nuestros ecosistemas dañados.

Desde los bosques hasta las turberas y las costas, todos dependemos de ecosistemas saludables para nuestra supervivencia. Los ecosistemas se definen como la interacción entre los organismos vivos (plantas, animales, personas) y su entorno. Esto incluye a la naturaleza, pero también a los sistemas creados por el hombre, como las ciudades o las tierras de cultivo.

La restauración de los ecosistemas es una tarea global de una escala gigantesca. Significa reparar miles de millones de hectáreas de tierra, un área mayor que China o Estados Unidos, para que la gente tenga acceso a alimentos, agua potable y empleos.

Significa lograr que vuelvan plantas y animales que hoy están al borde de la extinción, desde las cimas de las montañas hasta las profundidades del mar.

Pero también incluye las muchas pequeñas acciones que todos podemos realizar, todos los días: cultivar árboles, reverdecer nuestras ciudades, repoblar nuestros jardines con especies silvestres o limpiar la basura de los ríos y costas.

La restauración de los ecosistemas conlleva beneficios sustanciales para las personas. Por cada dólar invertido en restauración, se pueden esperar al menos entre siete y treinta dólares en ganancias para la sociedad. La restauración también crea empleos en las zonas rurales, donde más se necesitan.

Algunos países ya han invertido en la restauración como parte de sus estrategias para recuperarse de la COVID-19. Otros están recurriendo a la restauración para ayudarlos a adaptarse a un clima que ya está cambiando.

Ecología y Libertad

“La libertad ya no solo termina donde empieza la del otro, sino que debe tener en cuenta el daño a la naturaleza”.

Hasta el siglo XX, la ecología era la hermana pobre de la crítica social. Los debates sobre justicia los acaparaban cuestiones como la descolonización, los derechos humanos o la igualdad económica y social. La naturaleza era un recurso. Hoy nos enfrentamos a una crisis climática grave. Eso nos obliga a cambiar de paradigma. Hay que redefinir conceptos como la libertad o la justicia teniendo en cuenta el medio ambiente.

No sirven los mimbres de la Ilustración, en la que una sociedad de individuos libres, prósperos e iguales iba de la mano de una industria que alimentaba el progreso. El crecimiento se alentaba, entre otras cosas, porque permitía las transformaciones sociales. Desde entonces, hemos asumido un acceso casi ilimitado a los recursos de la Tierra. Hasta el punto de que la ecología se asimila a un capital natural, y como tal puede intercambiarse, compensarse, negociarse, al igual que las mercancías. Un ejemplo es el mercado de derechos de emisión de gases de efecto invernadero. Mientras, quienes saben valorar la degradación del entorno alertan sobre lo irreversible, y subrayan la importancia de lo cualitativo, de la sostenibilidad, del equilibrio.

El planeta que habitamos hoy no se parece en absoluto al de antes. El futuro que nos imaginábamos tampoco tendrá nada que ver con el que viviremos. Para tomar conciencia del cambio climático se nos pide algo complicado: entender que la crisis ecológica ha provocado una ruptura casi total de los puentes ideológicos que nos unen al pasado. Como señala el filósofo Pierre Charbonnier en su libro Abondance et liberté (La Découverte), heredamos un mundo en el que ninguna categoría política disponible se concibió para lidiar con esta tarea medioambiental. Él lo llama “una soledad histórica”.

Históricamente, los filósofos han analizado la libertad del individuo en base a su emancipación o a la ausencia de opresión, injusticia, desigualdad. Ahora debe añadirse un ingrediente: la ecología.

La libertad ya no solo termina donde empieza la del otro, sino que debe tener en cuenta el daño a la naturaleza.

El sujeto ha de encontrar su autonomía en condiciones nuevas, definidas por el cambio climático.

No se necesita hilar muy fino: no se trata de ir en contra del crecimiento, sino de unir lo social y lo natural, de equilibrar la relación de poder entre autoridades científicas y políticas. La autonomía del siglo XXI lleva implícitas ciertas dosis de contención y autolimitación. Debemos dejar de aceptar la falsa promesa de crecimiento infinito.

La tutela del medio ambiente y la libertad de empresa entran frecuentemente en conflicto, pues responden a dos lógicas contrapuestas y, en consecuencia, potencialmente colusorias: mientras la libertad de empresa implica la explotación de los recursos naturales, la protección ambiental responde a la lógica de su preservación

La importancia práctica de los límites ambientales a la libertad de empresa crece constantemente debido a que la progresiva degradación del medio ambiente obliga a adoptar medidas que restringen de una forma cada vez más intensa la autonomía empresarial y el derecho de propiedad, con frecuencia, estrechamente ligadas.

La teoría de los límites a los derechos fundamentales como método para resolver los conflictos entre la libertad de empresa y el medio ambiente.

A partir de la década de los noventa, la desaparición del comunismo como alternativa real y la transformación de los programas de los partidos socialistas- con su aceptación de la economía social de mercado- cambian el prisma de los estudios sobre los derechos económicos. Al templarse el debate político, se hace posible orillar la discusión ideológica y aproximarse al estudio de la libertad de empresa desde una perspectiva más jurídica, como acontece con cualquier derecho fundamental o libertad pública. Los límites a las intervenciones públicas deben suponer entonces el principal enfoque para el estudio en Derecho de la libertad de empresa26 y se refuerza la necesidad de definir la naturaleza, contenido y límites de la libertad de empresa como instrumento a disposición de los jueces y tribunales para controlar el ejercicio de la potestad legislativa y reglamentaria.

Si se aplica al análisis de los límites ambientales a la libertad de empresa un esquema análogo al que se emplea para analizar los límites a cualquier otro derecho constitucional, menos controvertidos por motivos ideológicos, se contribuye a crear seguridad jurídica y a huir “de la simple decisión por la decisión”, satisfaciendo así las exigencias de objetividad que deben caracterizar a la interpretación constitucional.

De esta forma, se avanza en la plena normalización del tratamiento de los derechos económicos.

El esquema escalonado de análisis de los límites a los derechos fundamentales que propone la doctrina permite también llevar a cabo una interpretación constitucionalmente adecuada, porque da una respuesta satisfactoria a la necesidad de conciliar los distintos enfoques y resolver de forma ponderada los conflictos entre libertad de empresa y medio ambiente.

La constitucionalización de la libertad de empresa y la protección del medio ambiente tienen su origen en bases filosóficas y matrices ideológicas muy distintas. Por una parte, la libertad de empresa hunde sus raíces en el liberalismo y persigue garantizar la libertad individual y limitar el poder. Mientras tanto, la protección del medio ambiente conecta con el ecologismo y la tradición social del constitucionalismo más ligada a la persecución de fines de justicia material.

Por este motivo, el dilema entre la libertad de empresa y el medio ambiente es también un reflejo de la integración de distintas tradiciones de pensamiento.

Por todo lo expuesto, «El capitalismo es incompatible con la conservación de la naturaleza». «Sólo los lugares donde el Estado es fuerte y la libertad económica se restringe consiguen altos índices de calidad ambiental».

Estas afirmaciones se repiten tanto que la mayor parte de la población las considera ciertas sin el más mínimo sentido crítico.

Aunque normalmente sólo nos cuentan una cara de la moneda, al menos existen dos grupos de teorías contrapuestas:

  • Mayor desarrollo y niveles de consumo hacen presión sobre variables medioambientales. No se puede crecer infinitamente en un mundo de recursos finitos. La libertad económica conlleva además que las empresas no tienen en cuenta los ecosistemas que destruyen con tal de hacer crecer su cuota de mercado y cuenta de resultados. Estas visiones están cercanas a la ecología política y al ecosocialismo.
  • Mayor libertad económica significa mayor desarrollo y el mismo conlleva mayor calidad ambiental porque así lo demandan consumidores. Además, la protección de derechos de propiedad asegura minimizar externalidades medioambientales. Esta es la visión más cercana a la economía y algunos programas de estudio que combinan medio ambiente y economía.

Para ver que grupo de teorías es más cercana a la realidad, vamos a analizar datos sobre libertad económica y calidad ambiental.

Cuando cruzamos los datos de calidad ambiental con los datos de libertad económica vemos que la historia es muy diferente a la que nos suelen contar. Los países más libres son también aquellos con mayor calidad ambiental. No parece que exista un trade off entre calidad ambiental y desarrollo económico (más bien lo contrario).

Si ordenamos los países de más a menos libres (por cuartiles) vemos cómo, efectivamente, aquellos países con mayor puntuación en el índice de libertad económica son también aquellos países con más puntuación en el índice de desempeño ambiental.

En el diagrama de dispersión podemos comprobar cómo, efectivamente, la relación entre la libertad económica y el desempeño ambiental es positiva. Cada punto en el diagrama es un país diferente.

El análisis de regresión nos dice que por cada punto que incrementa el índice de libertad económica, aumenta 0.95 puntos el índice de calidad ambiental. La correlación positiva es muy clara.

Sin embargo, la relación entre estas variables no es estática. Al final podría ocurrir que la calidad ambiental terminara deteriorándose como producto de las políticas de laissez faire en el largo plazo. Para ver si esto es cierto cruzamos el índice de desempeño ambiental contra la media del índice de libertad económica en los últimos 15 años. Una vez más, el diagrama de dispersión muestra un punto por cada país.

Exportación de la polución

Una posible crítica a lo aquí expuesto podría ser la siguiente: los países con mayor libertad económica (y más prósperos) en realidad están «exportando» sus industrias contaminantes al mucho menos libre tercer mundo mientras que dejan «en casa» las industrias no contaminantes. Las grandes empresas radicadas en el primer mundo se aprovecharían de los estados fallidos del mundo en desarrollo para contaminar en estos países lo que no pueden (o quieren) contaminar en casa.

Para ver si esto es verdad, esperaríamos que aquellos países con gran recepción de inversión extranjera directa tuvieran también un mal puntaje en el índice de desempeño ambiental. Sin embargo, esto no ocurre.

Parece que la crítica carecería de fundamento. La relación entre ambas variables es inexistente, no importa el nivel de inversión extranjera directa para determinar el nivel de desempeño ambiental. No podemos afirmar que los países libres (y ricos) exporten su polución mediante deslocalización de empresas a los países menos libres, aunque tampoco podemos afirmar que la mayor inversión extranjera directa «exporte» las buenas prácticas ambientales a los países en desarrollo.

Si analizamos la inversión extranjera directa desde los países con desempeño ambiental muy alto (por encima de 85 puntos en índice) hacia los países con desempeño ambiental muy pobre (por debajo de 50 puntos en el índice) vemos que los primeros apenas invierten en los segundos. Menos del 0,1% de la inversión extranjera directa de los países más limpios va hacia los países más sucios. De los 25 países más limpios, 14 no tienen ni una sola inversión en los países más sucios. De los 11 países restantes, sólo uno supera el 5% de destino de sus inversiones hacia países sucios. Sólo dos países destinan más del 1% de su inversión extranjera directa a los países más sucios.

En definitiva, los países que destruyen su medio ambiente lo hacen ellos solos o por inversiones de países que también destruyen su propio medio ambiente. La mayor parte de la inversión de los países limpios va hacia otros países limpios. La polución no se «exporta» desde los países ricos hacia los países pobres.

¿Y la inversión en sectores extractivos?

Se suele aducir que los sectores extractivos tienden a ser mucho más contaminantes y degradan el medio ambiente mucho más que otros sectores, además estos sectores suelen tener mala prensa. Por lo tanto, podría ocurrir que la cantidad total de inversión extranjera directa no tuviera ninguna relación con la calidad ambiental, pero bien podría ser que la inversión extranjera directa en industrias extractivas si tuviera un fuerte impacto negativo en el medio ambiente.

En esta ocasión sí vemos una línea de tendencia ligeramente negativa. Sin embargo, si realizamos el análisis de regresión (que es en lo que se basa la línea de tendencia), la relación entre las variables no es estadísticamente significativa (o lo que es lo mismo, no hay relación entre las variables). Ni siquiera la mayor inversión en industrias extractivas degrada el medio ambiente si existe una mayor libertad económica en el país destino de la inversión.

Correlación no es causalidad

La mejor crítica al presente artículo podría rezar así: muy bien, pero los datos expuestos no prueban nada, simplemente son correlaciones, no prueban ninguna causalidad. Efectivamente, la causalidad se explica con un teoría o serie de relaciones lógicas que pretenden unir distintos eventos y «dar forma» a un mundo complejo percibido como caótico. Es decir, los datos no hablan, se interpretan a la luz de teorías.

Existen teorías que explican que los países más libres, además de ser los más prósperos, son los que más tienden a cuidar el medio ambiente. De la misma manera, existen teorías que exponen una relación contraria, a mayor libertad económica, más se degrada el medio ambiente. Las dos teorías se basan en visiones del mundo contrapuestas, lo interesante es contrastar dichas teorías con los datos disponibles.

Con los datos en la mano, parece que la teoría que más se acerca a la realidad es aquella que nos dice que a mayor libertad empresarial, mejores resultados medioambientales. Esta relación tampoco es apodíctica, la buena calidad ambiental depende de más variables, lo que sí está claro es que cuando el capitalismo avanza también lo hace el medioambiente.

Conclusión

Una vez analizados los datos, nos damos cuenta de que el capitalismo realmente le sienta bien al medio ambiente. A mayor libertad económica, mejores índices de calidad ambiental. Los países más limpios no «exportan» su polución mediante deslocalización de empresas. De hecho, los países más limpios ni siquiera invierten en los países más sucios.

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