La comunidad de investigadores y expertos que propugnan los neuroderechos busca, básicamente, garantizar que nuestra mente no es manipulada y que la privacidad de nuestros pensamientos y nuestras neuronas no es vulnerada. Tal y como explica Rafael Yuste en un vídeo de la Universidad de Navarra, se trata de “que esta revolución sea canalizada para el bien de la sociedad futura y no lleve a situaciones de mayores desigualdades o de crisis sociales”.
Es por este motivo que los defensores de los neuroderechos demandan que se incluyan cinco puntos concretos en la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU, para que exista una vinculación real que obligue de forma general tanto a gobiernos y autoridades como al sector privado y a los ciudadanos.
Estos son los cinco neuroderechos fundamentales:
1) Derecho a la identidad personal: insta a imponer límites que prohiban a las tecnologías de alterar el sentido del yo. Es decir, es el derecho del individuo a mantener su autonomía personal, porque cuando la neurotecnología conecta a las personas con redes digitales, se puede difuminar la línea entre la conciencia de una persona y los aportes tecnológicos externos. “Es un riesgo cierto que cuando las neurociencias permitan un mayor control sobre nuestro cerebro perderemos cierta identidad como seres humanos”, subraya Elisa Moreu.
2) Derecho al libre albedrío: garantiza que las personas tomemos decisiones libremente, con autonomía de voluntad, y sin ser manipuladas por neurotecnologías. “Si nuestro cerebro está conectado a través de lectores de actividad cerebral a una computadora no será libre para tomar decisiones o un tercero podrá invadir nuestro cerebro, igual que ahora un hacker puede usurpar nuestro ordenador”, advierte Moreu.
3) Derecho a la privacidad mental: busca evitar que cualquier dato obtenido del análisis y medición de la actividad neuronal sea utilizado sin el consentimiento del individuo. Además, exige la regulación estricta de cualquier transacción u otro tipo de uso comercial de estos datos.
4) Derecho al acceso equitativo al aumento de la neurocognición: en este punto lo que se pide es que se determinen unas pautas y directrices, tanto a nivel internacional como nacional, que delimiten y regulen el desarrollo y aplicación de neurotecnologías que permitan mejorar la actividad cerebral. Se trata de garantizar que este aumento cognitivo sea “accesible a todos equitativamente y no quede reservado a un sector de la sociedad”, indica Moreu.
5) Derecho a la protección contra los sesgos de los algoritmos: para que los conocimientos de la neurociencia no establezcan discriminaciones y distinciones por raza, color, sexo, idioma, religión, opinión, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Esto se conseguiría permitiendo inputs en el diseño de los algoritmos de grupos de usuarios con los que abordar estos sesgos, describe la NeuroRights Initiative.
Entrevista de PUERTO DE IDEAS al Neurobiólogo Rafael Yuste