“Los hombres deben saber que el cerebro es el responsable exclusivo de las alegrías, los placeres, la risa y la diversión, y de la pena, la aflicción, el desaliento y las lamentaciones. Y gracias al cerebro, de manera especial, adquirimos sabiduría y conocimientos, y vemos, oímos y sabemos lo que es repugnante y lo que es bello, lo que es malo y lo que es bueno, lo que es dulce y lo que es insípido”. Hipócrates

La neurociencia es un campo de la ciencia que estudia el sistema nervioso y todos sus aspectos; como podrían ser su estructura, función, desarrollo ontogenético y filogenético, bioquímica, farmacología y patología; y de cómo sus diferentes elementos interactúan, dando lugar a las bases biológicas de la cognición y la conducta.
La neurociencia engloba una amplia gama de interrogantes acerca de cómo se organizan los sistemas nerviosos de los seres humanos y otros animales, como se desarrollan y cómo funcionan para generar la conducta. Estas preguntas pueden explorarse usando las herramientas analíticas de la genética y la genómica, la biología molecular y celular, la anatomía y la fisiología de los aparatos y sistemas, la filosofía, la biología conductual y la psicología.
El estudio biológico del cerebro es un área multidisciplinar que abarca muchos niveles de estudio, desde el puramente molecular hasta el específicamente conductual y cognitivo, pasando por el nivel celular (neuronas individuales), los ensambles y redes pequeñas de neuronas (como las columnas corticales) y los ensambles grandes (como los propios de la percepción visual) incluyendo sistemas como la corteza cerebral o el cerebelo, e incluso, el nivel más alto del sistema nervioso.
En el nivel más alto, las neurociencias se combinan con la psicología para crear la neurociencia cognitiva,una disciplina que al principio fue dominada totalmente por psicólogos cognitivos. Hoy en día, la neurociencia cognitiva proporciona una nueva manera de entender el cerebro y la consciencia, pues, se basa en un estudio científico que une disciplinas tales como la neurobiología, la psicobiología o la propia psicología cognitiva, un hecho que con seguridad cambiará la concepción actual que existe acerca de los procesos mentales implicados en el comportamiento y sus bases biológicas.
El principal objetivo de la neurociencia cognitiva es el estudio de las representaciones internas de los fenómenos mentales. La neurociencia cognitiva se basa en cinco aproximaciones principales. * En el encéfalo hay una representación ordenada del espacio personal: la precisión de los exámenes neurológicos clínicos se basa en mapas corticales del cuerpo fiables. En el córtex hay un mapa del cuerpo para cada modalidad de sensación. *La representación interna del espacio personal puede ser modificada por la experiencia: la capacidad de modificación de la representación interna puede explicar el síndrome del miembro fantasma. *La representación interna del espacio personal puede estudiarse a nivel celular: cada neurona del sistema nervioso central tiene un campo receptor específico. *El espacio real, así como el imaginado y el recordado, se representan en la áreas de asociación parentales posteriores.6
Las neurociencias ofrecen un apoyo a la psicología con la finalidad de entender mejor la complejidad del funcionamiento mental. La tarea central de las neurociencias es la de intentar explicar cómo funcionan millones de neuronas en el encéfalo para producir la conducta, y cómo a su vez, estas células están influidas por el medio ambiente. Tratando de desentrañar la manera de cómo la actividad del cerebro se relaciona con la psiquis y el comportamiento, revolucionando la manera de entender nuestras conductas y lo que es más importante aún: cómo aprende, cómo guarda información nuestro cerebro y cuáles son los procesos biológicos que facilitan el aprendizaje.
Es cierto que las formas espontáneas de desarrollo parecen una condición necesaria para las formas de funcionamiento cognoscitivo, pero no son condición suficiente.7 Existen nomenclaturas psicopatológicas, hoy aplicadas a los niños, que puede llevar a la medicalización de la infancia.
NEURODERECHOS EN LA ERA DE LA NEUROCIENCIA: QUÉ SON Y POR QUÉ HAY QUE PRESTARLES ATENCIÓN
Los avances en neurociencia han dado vida a un movimiento cuya aspiración es proteger al individuo de posibles abusos e injerencias. «¿Qué pasará cuando estemos expuestos a que conozcan nuestras emociones o nos introduzcan pensamientos?»…
Los avances en neurociencia han dado vida a un movimiento cuya aspiración es proteger al individuo de posibles abusos e injerencias. «¿Qué pasará cuando estemos expuestos a que conozcan nuestras emociones o nos introduzcan pensamientos?»…
El cerebro humano contiene un promedio de 86.000 millones de neuronas.
El cerebro humano contiene un promedio de 86.000 millones de neuronas. /
Los avances en las neurociencias, las disciplinas científicas que estudian el comportamiento del cerebro y buscan fundamentos biológicos a la conducta del ser humano, han dado vida a un movimiento cuya aspiración es protegernos de posibles abusos e injerencias. Los neuroderechos condensan las amenazas que representan estos avances y ante las que hay que parapetarse.
Elisa Moreu, doctora en Derecho y profesora titular de Derecho Administrativo de la Universidad de Zaragoza, lo expone de esta forma: “Para los juristas, la neurociencia es un desafío apasionante porque nos ayudará a conocer -y quizás prevenir- las causas por las que las personas infringen las leyes y cometen delitos. Sin embargo, también constituye una amenaza porque si se puede manipular el cerebro desaparece el ‘libre albedrío’ o la ‘libre elección’».
«¿Qué pasará cuando estemos expuestos a que otros conozcan nuestras emociones o introduzcan pensamientos en nuestro cerebro?”, se pregunta la experta.
¿Por qué son necesarios?
La clave está en la dualidad que genera la neurociencia y en cómo esta se amplifica valiéndose de la tecnología, la Inteligencia Artificial… Porque, aunque parezca ciencia ficción, estamos más cerca de saber cómo controlar las emociones, identificar los pensamientos o acceder a la memoria.
Aunque parezca ciencia ficción, estamos más cerca de saber cómo controlar las emociones, identificar los pensamientos o acceder a la memoria.
no de los proyectos que más avances está logrando en el mapeo del cerebro y el análisis de su comportamiento es la BRAIN Initiative, acrónimo inglés del Brain Research Through Advancing Innovative Neurotechnologies, radicado en Estados Unidos.
Dotado con un presupuesto de 4.500 millones de dólares, fue la gran apuesta científica de Barack Obama en 2013, cuando anunció que pondría en marcha un programa con el que rastrear de forma minuciosa la actividad de la mente y encontrar herramientas con las que “conseguir una fotografía dinámica del cerebro en acción y entender mejor cómo pensamos, cómo aprendemos y cómo recordamos”.
El lado oscuro
Seis años después, los descubrimientos que están realizando en la red de laboratorios implicados y la información que se está logrando es de tal envergadura que el propio impulsor de esta iniciativa y director de la BRAIN Initiative, el prestigioso neurobiológo (y español) Rafael Yuste, es también el principal defensor a nivel internacional de la necesidad de los neuroderechos y lidera la NeuroRights Initiative.
«Estas tecnologías están empezando a llegar. Nosotros en los laboratorios con los animales hacemos todos estos experimentos ya; y con personas se está comenzando a decodificar la actividad cerebral utilizando ciertos métodos», explica el científico.
¿Tiene sentido abanderar la neurociencia y los neuroderechos a la vez? Aunque Moreu reconoce que “parece contradictorio”, destaca más bien el mensaje que subyace: “Indica dos cosas. Primero, que estamos ante un riesgo real y no potencial. Y segundo, que los neurocientíficos son ante todo seres humanos muy conscientes de las implicaciones éticas de sus avances”.
Los objetivos que se perfilan tras las investigaciones de la neurociencia son tan ambiciosos y a la vez tan cruciales como encontrar qué se esconde tras enfermedades como el Alzheimer, el Parkinson, la epilepsia o la esquizofrenia, y contrarrestarlo.
Pero también entraña un lado oscuro en los usos menos éticos que se le puede dar por parte de empresas y gobiernos a esta radiografía, potencialmente tan completa y certera, de cómo se comportan las 86.000 millones de neuronas que contiene en promedio el cerebro humano. Corrientes como el neuromarketing o las behavioral economics dan muestra de cómo con las herramientas adecuadas se puede reorientar nuestro comportamiento.
¿Cuáles son los neuroderechos?
Es por este motivo que los defensores de los neuroderechos demandan que se incluyan cinco puntos concretos en la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU, para que exista una vinculación real que obligue de forma general tanto a gobiernos y autoridades como al sector privado y a los ciudadanos.
Estos son los cinco neuroderechos fundamentales:
1) Derecho a la identidad personal: insta a imponer límites que prohiban a las tecnologías de alterar el sentido del yo. Es decir, es el derecho del individuo a mantener su autonomía personal, porque cuando la neurotecnología conecta a las personas con redes digitales, se puede difuminar la línea entre la conciencia de una persona y los aportes tecnológicos externos. “Es un riesgo cierto que cuando las neurociencias permitan un mayor control sobre nuestro cerebro perderemos cierta identidad como seres humanos”, subraya Elisa Moreu.
2) Derecho al libre albedrío: garantiza que las personas tomemos decisiones libremente, con autonomía de voluntad, y sin ser manipuladas por neurotecnologías. “Si nuestro cerebro está conectado a través de lectores de actividad cerebral a una computadora no será libre para tomar decisiones o un tercero podrá invadir nuestro cerebro, igual que ahora un hacker puede usurpar nuestro ordenador”, advierte Moreu.
3) Derecho a la privacidad mental: busca evitar que cualquier dato obtenido del análisis y medición de la actividad neuronal sea utilizado sin el consentimiento del individuo. Además, exige la regulación estricta de cualquier transacción u otro tipo de uso comercial de estos datos.
4) Derecho al acceso equitativo al aumento de la neurocognición: en este punto lo que se pide es que se determinen unas pautas y directrices, tanto a nivel internacional como nacional, que delimiten y regulen el desarrollo y aplicación de neurotecnologías que permitan mejorar la actividad cerebral. Se trata de garantizar que este aumento cognitivo sea “accesible a todos equitativamente y no quede reservado a un sector de la sociedad”, indica Moreu.
5) Derecho a la protección contra los sesgos de los algoritmos: para que los conocimientos de la neurociencia no establezcan discriminaciones y distinciones por raza, color, sexo, idioma, religión, opinión, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Esto se conseguiría permitiendo inputs en el diseño de los algoritmos de grupos de usuarios con los que abordar estos sesgos, describe la NeuroRights Initiative.
Revolución para el bien común
La comunidad de investigadores y expertos que propugnan los neuroderechos busca, básicamente, garantizar que nuestra mente no es manipulada y que la privacidad de nuestros pensamientos y nuestras neuronas no es vulnerada. Tal y como explica Rafael Yuste en un vídeo de la Universidad de Navarra, se trata de “que esta revolución sea canalizada para el bien de la sociedad futura y no lleve a situaciones de mayores desigualdades o de crisis sociales”.
Se trata de que esta revolución sea canalizada para el bien de la sociedad futura y no lleve a situaciones de mayores desigualdades o de crisis sociales”.
Así, los trabajos de descodificación de las redes neuronales obligarían a tomar muy en cuenta el componente ético y jurídico. “Igual que los avances tecnológicos obligan a extremar la seguridad de los datos personales, la neurociencia hace que debamos prestar atención a la privacidad de nuestro cerebro”, considera Elisa Moreu.
Por eso, la doctora en Derecho asegura que es “muy necesario” garantizar la confidencialidad y la protección de datos. ¿El objetivo? “Impedir que la información disponible sobre nuestro cerebro pueda ser utilizada con fines ajenos al interés general”.
El equilibrio… ¿es imposible?
Mientras que países como EEUU, China, Canadá, Australia o Israel investigan métodos para leer y modificar la actividad del cerebro, la regulación va con paso más lento.
En opinión de Moreu, buscar el equilibrio entre innovación y legislación es complejo, puesto que se corre el riesgo de que las normas “asfixien” a la libertad de investigación. Sin embargo, recuerda que “los derechos humanos básicos están por encima de cualquier otro interés”.
Por ahora, Chile se ha desmarcado como pionero absoluto en la regulación en este campo, tras anunciar en octubre del año pasado que presentaría un proyecto de reforma para incluir los neuroderechos en sus Constitución.
A su vez, la Unión Europea también está dando pasos importantes. También en 2019 se anunció la creación de un Comité Ad Hoc sobre Inteligencia Artificial y se está explorando viabilidad de un marco jurídico sobre transparencia, responsabilidad o seguridad relacionada con el progreso tecnológico desde el prisma del Consejo Europeo en derechos humanos, democracia y Estado de Derecho.
NEUROCIENCIA Y LIBERTAD
Para muchos neurocientíficos y filósofos de la mente, el fenómeno de la libertad puede ser explicado totalmente por la Neurociencia. En este trabajo se intenta mostrar que un estudio cuidadoso de la situación y perspectivas de la Neurociencia revela hasta qué punto esta tesis es problemática. Para ello, exploramos algunos aspectos relacionados con el conocimiento, la integración afectivo-emocional, las funciones de la memoria y la autoconciencia, que se vinculan al ejercicio del libre albedrío. Señalamos, en primer lugar, que las nuevas técnicas de neuroimagen no han conseguido mostrar el funcionamiento de nuestro cerebro en su conjunto y de manera unitaria, ni desde el punto de vista cognitivo ni en el campo de la afectividad o la memoria. Esto invita a considerar las conclusiones de sus análisis como altamente hipotéticos. A continuación, nos adentramos en el fenómeno de la autoconciencia, decisivo para indagar sobre la autodeterminación y el libre albedrío. Se muestra aquí también cómo este aspecto de nuestra constitución psicológica excede los recursos de una neurobiología reduccionista. Se concluye, por tanto, que aunque el ejercicio de la libertad humana precisa del adecuado funcionamiento de nuestra constitución cerebral, esto no excluye el componente de inmaterialidad que supone conocer y decidir.
Nuestro propósito es examinar si la Neurociencia actual está en condiciones de dar una respuesta completa a la presencia de la libertad en el ser humano. Se trata de ver si se puede determinar que todas estas funciones son exclusivamente biológicas. Para ello, nos preguntamos, en primer lugar, si podemos saber cómo opera el cerebro en su conjunto y de manera unitaria en los procesos cognitivos, afectivo-emocionales y de memoria. A continuación hacemos lo mismo con la autoconciencia. Para poder explicar la libertad únicamente desde la Neurociencia sería necesario, al menos, que pudiéramos aclarar de forma completa desde la perspectiva neurobiológica estos aspectos de la conducta humana. Sin embargo, los datos neurocientíficos de que disponemos muestran que, aunque la configuración de nuestro sistema nervioso es un requisito para el ejercicio de la libertad, la explicación última de ésta escapa a los métodos de la Neurociencia contemporánea. Se abre así una puerta amplia para la cooperación entre la Neurociencia y la Filosofía y, con ella, la posibilidad de abordar conjuntamente esta gran cuestión que afecta a las dos disciplinas.
El análisis de la libertad humana es, de por sí, uno de los temas que más interés ha suscitado en la historia de la Filosofía a lo largo de los siglos. También lo está siendo, y cada vez más, en el campo de la ciencia experimental dedicada a estudiar el sistema nervioso, la Neurociencia. Un estudio conjunto exige algunas consideraciones terminológicas previas, que permitan desde el principio un lenguaje unitario.
Determinar el concepto de libertad no es sencillo, pero muchos aceptarán que llamamos libre a quien es dueño de sus actos; y es verdaderamente dueño de ellos el que es fin de ellos. Según Aristóteles sólo le conviene ser libre al ser vivo que es capaz de la felicidad (eudaimonía): por eso concluye Polo que «ser libre sólo se justifica si uno puede ser feliz. Y al revés: sólo en aquel que es capaz de ser feliz tiene sentido la libertad»[8].
Sin embargo, la realidad nos indica que el término libertad se emplea en contextos muy diferentes y con sentidos diversos. Siguiendo la distinción que hace Rodríguez Duplá, podemos hablar de libertad de acción cuando no existen obstáculos que impidan al sujeto realizar sus designios reales o posibles. Soy libre, en este caso, si puedo, por ejemplo, introducirme en una tienda para comprar lo que quiero sin que nadie me impide la entrada. Se trata, por tanto, de la ausencia de impedimentos para llevar a cabo lo querido por el sujeto de la acción. Además de la libertad de acción, existe también la denominada libertad de querer o libre albedrío, que se da genuinamente cuando hacemos un acto positivo de autodeterminación. En este último caso, alguien es libre cuando las decisiones que toma son realmente suyas; cuando se puede decir con propiedad que el sujeto de la acción es el principio de sus actos; si existe, en definitiva, verdadera iniciativa por parte del sujeto. Una persona hipnotizada no tendría esta libertad cuando realiza las acciones que le indican, aunque éstas se realicen activamente. Para quienes piensan que nuestra capacidad de decisión es prisionera de los genes, de las conexiones de las células nerviosas o del aprendizaje, de la emoción o de la memoria, esta forma de entender el libre albedrío, como un acto positivo de autodeterminación, es una ilusión.