La transformación empresarial impulsada por la inteligencia artificial (IA) es innegable. La capacidad de la IA para mejorar los procesos, optimizar los recursos y elevar la calidad de atención al cliente representa un hito significativo en la evolución del mundo empresarial. Sin embargo, su adopción plantea desafíos que exigen un salto en términos de innovación tanto en recursos técnicos como en la gestión empresarial.
Un ejemplo paradigmático de esta revolución es ChatGPT, que domina el lenguaje del marketing y posibilita la atención al cliente a través de chatbots, el análisis de tendencias de consumo, la creación de contenido personalizado y la generación de recomendaciones de productos. Esta capacidad de la IA no solo mejora la experiencia del cliente, sino que también ofrece valiosas perspectivas de mercado para las empresas.
La optimización de costes y recursos gracias a la IA permite una redistribución estratégica de recursos hacia la mejora del producto, la gestión del talento y el compromiso con la responsabilidad social corporativa. Este enfoque no solo beneficia a los clientes, sino que también repercute positivamente en los empleados y la sociedad en su conjunto.
No obstante, la rápida adopción de la IA también conlleva el riesgo de marginar a los empleos, empresas y sectores que no logren adaptarse a lo digital. La competencia en el mercado actual exige habilidades digitales que se han vuelto indispensables tanto para las empresas como para los individuos que desean mantenerse relevantes.
Aunque se ha sugerido que la IA podría compensar la pérdida de empleos con un aumento en el emprendimiento, la innovación y el dinamismo económico, no se puede ignorar la creciente desigualdad laboral generada por la digitalización acelerada de los procesos empresariales. Es necesario abordar esta disparidad laboral con medidas que promuevan la formación y la adaptabilidad de los trabajadores en la era digital, así como políticas que mitiguen las brechas de habilidades y oportunidades.
Si bien la IA ofrece oportunidades sin precedentes para la mejora empresarial y la innovación, su adopción debe ser acompañada por esfuerzos concertados para garantizar una transición justa y equitativa hacia un futuro digitalizado. La colaboración entre empresas, gobiernos y la sociedad en su conjunto es crucial para aprovechar plenamente el potencial transformador de la IA mientras se mitigan sus impactos negativos.
La intersección entre la inteligencia artificial (IA) y la democracia es un tema de creciente importancia en la era digital. Los economistas han observado durante mucho tiempo la dinámica de la economía de las constelaciones, donde individuos y empresas con habilidades especiales dominan segmentos cada vez mayores del mercado, no siempre debido a méritos o competitividad justa.
La llegada de la transformación digital ha amplificado la concentración del poder económico en unas pocas empresas superestrellas, que operan en el ámbito digital y global. Estas empresas ejercen una influencia que trasciende lo meramente económico, extendiéndose hacia el ámbito político e institucional. La consolidación del poder de mercado ha alcanzado niveles preocupantes, generando interrogantes sobre la integridad de la democracia económica y política.
En este contexto, la inteligencia artificial (IA) emerge como un factor determinante. En la economía de los datos masivos y la IA, los rendimientos crecientes del tamaño desempeñan un papel crucial. A medida que las empresas procesan una mayor cantidad de datos, sus algoritmos y predicciones se vuelven más sofisticados, fortaleciendo así su eficiencia y dominio en el mercado.
Shoshana Zuboff, en su obra «La era del capitalismo de la vigilancia», alerta sobre la formación de un ciclo pernicioso de modificación del comportamiento a través de los mercados de futuros conductuales, donde las predicciones sobre el comportamiento de los ciudadanos se convierten en herramientas de control y manipulación.
Este escenario plantea serias inquietudes sobre la esencia de la democracia en un mundo digitalizado y dominado por un reducido grupo de empresas. De no tomarse medidas adecuadas, existe el riesgo de que la democracia económica y política se vea amenazada por la desproporcionada influencia de estas superestrellas corporativas. Estas entidades tienen la capacidad de moldear la opinión pública, influir en las decisiones políticas y suprimir la competencia, creando así un entorno donde los principios democráticos fundamentales pueden estar en riesgo.
En consecuencia, es necesario o atendible el llamado a adoptar medidas de moderación efectiva en el mercado y la sociedad para promover la transparencia en el uso de la tecnología y los datos. Asimismo, se requiere una mayor conciencia pública sobre los posibles efectos negativos de la concentración del poder económico y la influencia desmedida de las empresas en la esfera política. Solo mediante un enfoque colaborativo entre los sectores público, privado y la sociedad civil, se podrá salvaguardar la integridad de la democracia en la era digital.
La cuestión de si la concentración del mercado en unas pocas empresas globales y digitalizadas es beneficiosa para el empleo merece un análisis más profundo. A primera vista, la transformación digital se presenta como un motor de eficiencia, crecimiento económico y prosperidad material. Sin embargo, las dinámicas subyacentes y los efectos a largo plazo de esta transformación son motivo de preocupación.
Si bien es cierto que la segunda oleada digital, impulsada principalmente por la inteligencia artificial, ha generado aumentos de productividad, empleo y bienestar en ciertas empresas y sectores, también ha dejado atrás a otros. La destrucción creativa, un elemento inherente a la innovación tecnológica, ha desplazado a personas, empresas y sectores enteros.
La creencia de que la capacitación y las habilidades adecuadas pueden compensar la pérdida de empleos se ve cuestionada por investigaciones recientes. En la actualidad, observamos una disminución en el espíritu emprendedor, una destrucción creativa insuficiente y un uso defensivo de la innovación por parte de las superestrellas corporativas, que priorizan la protección de su posición de mercado en lugar de fomentar la competencia y la innovación disruptiva.
Estos desafíos se agravan ante nuevas formas de discriminación y problemas de salud asociados con la vida y el trabajo digitalizados. La divergencia entre empresas, la fatiga y el aislamiento social en entornos laborales digitalizados, así como la creciente adicción a experiencias efímeras y digitalizadas, plantean interrogantes sobre el costo humano de la transformación digital.
Nos encontramos ante la perspectiva de un capitalismo asimétrico, donde la simbiosis entre la transformación digital y la inteligencia artificial podría dar lugar a una red persistente de desafíos, que van más allá de las advertencias convencionales sobre la necesidad de adaptarse al cambio, capacitar a las personas y ajustar las empresas dinámicamente.
Los riesgos inherentes abarcan una amplia gama de problemas, que van desde las discriminaciones hasta las desigualdades en el empleo. Estamos ante un escenario en el que la digitalización del mercado puede profundizar las situaciones existentes.
Es esencial promover un capitalismo digitalizado de intercambios con propósito, donde se priorice el bienestar de las personas y la equidad en lugar de la mera maximización de beneficios.
En esta nueva sociedad digital de mercado, se vuelve crucial proteger la digitalización del principal agente digitalizado, asegurando que la innovación tecnológica se traduzca en beneficios tangibles para la sociedad en su conjunto.
La llegada de plataformas de inteligencia artificial generativa (IAG), como el chatbot, ChatGPT o los asistentes virtuales Alexa y Siri, ha avivado el debate sobre su impacto en el empleo, la distribución de las rentas y el crecimiento económico. En comparación con las tecnologías digitales previas, la IAG se distingue por su versatilidad y alcance transversal, prometiendo transformar múltiples aspectos de la vida económica y social.
Las empresas exploran las ventajas de la IAG en diversos sectores, desde la manufactura y la logística hasta el comercio y las finanzas, e incluso en servicios públicos como la sanidad y la educación. Aunque se espera que estas innovaciones impulsen la productividad y el crecimiento económico, queda por ver cómo afectarán al empleo y la productividad en última instancia.
En 1956, Robert Solow presentó su influyente modelo de crecimiento económico neoclásico, que revolucionó la comprensión de los impulsores del progreso económico. Este modelo postula que, más allá de los factores convencionales como el capital físico y el número de trabajadores, el verdadero motor del crecimiento de las naciones reside en el cambio técnico, estrechamente vinculado al desarrollo del capital tecnológico y humano.
Solow, merecidamente galardonado con el Premio Nobel de Economía en 1987, expresó en aquel mismo año una observación perspicaz: «La era de los ordenadores puede verse en todas partes, excepto en las estadísticas de productividad». Esta frase subraya la notable discrepancia entre el avance tecnológico y su reflejo en las mediciones de productividad, lo cual dio origen a la conocida paradoja de la productividad y desencadenó un intenso debate en la comunidad económica.
Aunque han transcurrido décadas desde entonces, y a pesar de las valiosas contribuciones de los economistas sobre el papel crucial de la ciencia, la innovación y el capital humano en el crecimiento económico, aún queda un amplio terreno por explorar y desarrollar.
La incorporación de tecnologías digitales en la economía es relativamente sencilla; sin embargo, para traducir estas inversiones en mejoras significativas de productividad, es imperativo enfocarse en activos intangibles como el desarrollo del capital humano, la optimización de las estructuras organizativas y la implementación de métodos de producción innovadores.
La comunidad económica se encuentra dividida entre defensores y detractores de la Integración de la Automatización y la Inteligencia Artificial en la Gestión (IAG), y esta polarización refleja la falta de un marco analítico sólido para comprender sus impactos en el empleo y la productividad.
Los pesimistas alertan sobre el riesgo de desplazamiento laboral causado por la IAG, anticipando una disminución del empleo y una reducción en la participación de las rentas laborales en el ingreso nacional, a medida que las tareas susceptibles a la automatización sean asumidas por las máquinas.
Por otro lado, los optimistas vislumbran un futuro en el que la IAG aliviará a los trabajadores de tareas rutinarias, permitiéndoles dedicar más tiempo a actividades creativas y significativas. Algunos incluso anticipan un escenario utópico donde una renta básica garantizada proporcionará a la mayoría de la población la libertad de disfrutar de más ocio y acceso a la cultura.
Para enriquecer su perspectiva, los expertos deben ampliar su marco analítico, desarrollar conceptos más inclusivos y estar atentos a las tendencias globales que perfilan el futuro de la sociedad, así como a los avances alcanzados en diversos campos de la ciencia y la tecnología. Este enfoque integral es crucial para comprender y aprovechar plenamente los beneficios potenciales de la revolución digital en el ámbito económico y social.
La mayoría de los estudios adoptan una postura equilibrada, manteniéndose prudentemente alejadas de los extremos. En general, se muestran optimistas respecto a los impactos de la Inteligencia Artificial (IA) en el empleo y el crecimiento económico, pero al mismo tiempo, expresan una marcada crítica hacia la dirección que están tomando las primeras aplicaciones de esta tecnología.
Es probable que las innovaciones disruptivas asociadas a la IA generativa y la robótica impulsen los niveles de productividad, ofreciendo mejoras significativas en diversos sectores. Sin embargo, también es importante reconocer que estas innovaciones pueden dar lugar a una reducción en el número de trabajadores, tanto cualificados como no cualificados, lo que resultaría en una disminución de las rentas laborales y un aumento de la desigualdad en la distribución de ingresos.
Si bien la digitalización y la automatización de las últimas décadas han provocado la sustitución de trabajadores no cualificados por máquinas, la llegada de la IA generativa plantea desafíos adicionales al afectar tanto a la mano de obra cualificada como a la no cualificada.
Destacados economistas como Daron Acemoglu y Simon Johnson muestran un optimismo cauteloso sobre el futuro que nos espera, pero al mismo tiempo advierten sobre las posibles consecuencias de una eventual monopolización del desarrollo de la inteligencia artificial..
La mayoría de los expertos coinciden en que los gobiernos y los organismos internacionales deben establecer reglas claras para el juego, incluyendo la definición de estándares, la legislación a escala global, la unificación de sistemas de tributación internacional, la lucha contra el fraude y la desinformación, así como el fomento de una ciencia ética y responsable en el desarrollo de la IA.
Conclusiones:
Durante mucho tiempo, los economistas han comprendido la existencia de lo que llaman la economía de las constelaciones, un mundo donde individuos y empresas con habilidades especiales dominan cada vez más cuotas del poder de mercado, no siempre adquiridas con mérito y competitividad.
Con la transformación digital, los efectos de red y las plataformas han redefinido los modelos de negocio y la ventaja competitiva de las empresas digitalizadas. Estos fenómenos han dado lugar a la dominación de unos pocos actores en la economía global, con aproximadamente 400 grandes empresas superestrellas que ejercen un poder de mercado que se extiende peligrosamente al ámbito político e institucional.
Shoshana Zuboff, en su obra «La era del capitalismo de la vigilancia», advierte sobre la creación de un círculo vicioso de modificación de la conducta a través de los mercados de futuros conductuales, lo que podría amenazar la verdadera democracia económica y política.
En este contexto, la irrupción de la inteligencia artificial y la economía de los datos masivos plantea nuevas preocupaciones. Si los datos y la capacidad predictiva son el petróleo del siglo XXI, las empresas que tienen acceso a más datos pueden desarrollar algoritmos más sofisticados, aumentando así su poder de mercado y su influencia sobre la sociedad y la política.
La concentración del poder económico y la innovación disruptiva impulsada por la IA plantean desafíos para el empleo y la calidad del trabajo. Aunque la IA puede mejorar la productividad y el bienestar en ciertas áreas, también debe atender la desigualdad laboral y social, así como a la pérdida de empleos.
En la nueva sociedad digital, la protección de los derechos individuales y la democracia son fundamentales. Los gobiernos deben desempeñar un papel activo en la evolución de la IA y asegurarse de que su desarrollo sea inclusivo y ético.
Comentarios:
- La relación entre IA y democracia es compleja. Mientras que la IA puede mejorar la eficiencia y facilitar la toma de decisiones, también plantea desafíos éticos y sociales, como la privacidad, la discriminación algorítmica y el sesgo de los datos.
- La regulación de la IA es un tema candente en la agenda política y económica. Se requieren marcos normativos sólidos que equilibren la innovación y la protección de los derechos individuales.
- La participación ciudadana y la transparencia son fundamentales para garantizar que el desarrollo de la IA refleje los valores democráticos y las necesidades de la sociedad en su conjunto.
- La IA y la economía de los datos masivos están remodelando fundamentalmente el paisaje económico y político. Es crucial que las sociedades y los gobiernos aborden estas cuestiones con urgencia, desarrollando marcos regulatorios que protejan los principios democráticos fundamentales en la era digital y fomenten una competencia justa y equitativa en el mercado. Solo así se podrá salvaguardar la verdadera democracia económica y política en un mundo cada vez más digitalizado y conectado.
- Es imperativo abordar los desafíos sistémicos que surgen de la transformación digital. Se necesitan políticas que fomenten la movilidad laboral, la equidad y la inclusión en la economía digital. Además, se debe promover un enfoque de innovación que priorice la creación de valor y la mejora de la calidad de vida de las personas, en lugar de simplemente proteger el poder de mercado. Solo así podremos construir una economía digital más justa y sostenible para todos.
- Los economistas, optimistas por naturaleza ante el progreso tecnológico, miran con cierto entusiasmo el impacto de las tecnologías digitales en la productividad y el crecimiento económico. Sin embargo, reconocen la necesidad de abordar los desafíos y garantizar que la adopción de estas tecnologías beneficie a toda la sociedad, no solo a unos pocos sectores privilegiados. Es un momento crucial para reflexionar sobre el rumbo que está tomando la digitalización y asegurarse de que sus beneficios se distribuyan de manera justa y equitativa
Referencias:
- Zuboff, S. (2019). The Age of Surveillance Capitalism: The Fight for a Human Future at the New Frontier of Power. Public Affairs.
- Acemoglu, D., & Robinson, J. A. (2019). The Narrow Corridor: States, Societies, and the Fate of Liberty. Penguin Books.
- Floridi, L. (2019). The Logic of Information: A Theory of Philosophy as Conceptual Design. Oxford University Press.